Alfredo Ozaeta

Viejo orden

Hace ya tiempo que nos vienen avisando de la llegada del nuevo orden mundial que no deja de ser una alegoría del cambio que se pretende imponer a un sistema que los grandes poderes consideran agotado, reeditando la sumisión colonial e imperial de tiempos pretéritos e infausto recuerdo. Estiman que el momento ha llegado, los desajustes económicos, ambientales y poblacionales en las diferentes áreas del planeta, junto con lo que las nuevas tecnologías y la inmediata puesta en escena de las «adaptaciones» de la IA a nuestras vidas precipitan los cambios y mutaciones al sistema que pretenden instalar.

El componente ideológico ha perdido su vigencia o centralidad y ha dejado de ser un motivo de disputa en muchos de los actuales conflictos. Es un síntoma más de globalización que muchos definen como analogía del nuevo fascismo. En la mayoría de los casos los contendientes piensan igual y participan del mismo credo económico, ambiental y social, no pretenden ningún tipo de mejora o atisbo de mínima revolución basada en derechos, principios, libertad o igualdad. Se trata de dominación económica y autoridad en su gestión. Algunos llaman eufemísticamente control geopolítico.

Los grandes pensadores y humanistas, salvo honrosas excepciones, han desaparecido, las nuevas tecnologías y redes han usurpado su rol, creando títeres que les suplanten. Las conciencias y pensamientos son cada vez más uniformes. Crean el problema para hacer negocio con su solución. Generan debates: feminismo, migración, alimentación, energía, ecología, etc., para anticiparse y eclipsar las históricas y justas reivindicaciones de la sociedad progresista y seguir teniendo la iniciativa en el control de los límites de su interesado desarrollo.

Utilizan legítimas aspiraciones para justificar sus propósitos, por ejemplo: invaden países y generan guerras dicen que, para liberar a las mujeres de vestir el burka. O donde la discriminación de las mujeres y condiciones laborales de los inmigrantes adquirirían el rango de delito en cualquier sociedad normal, blanquean las satrapías a través de eventos deportivos. Todo depende del grado de adhesión política y de los recursos de que dispongan.

Que son si no, por ejemplo, entre otras, las pomposas reuniones de los grandes mandatarios para fijar las líneas en el cuidado medioambiental y del ecosistema con las que intentan convencernos de que son en defensa del planeta y de la mejora de vida de sus pobladores. Al menos en la recientemente celebrada para debatir acerca de la IA, sus beneficios y riesgos, se han quitado la careta y han participado, además de las marionetas habituales, algunas de las caras más visibles o mediáticos de los lobbies financieros y políticos que manejan los hilos en el diseño del futuro de la humanidad y el planeta.

Y en este proceso de desnaturalización de culturas, ideologías, naciones sin estado y de la propia democracia en sí en favor de los imperios, es donde el fascismo genera su caldo de cultivo, no sorprende ni remueve conciencias el que se prohíban banderas y manifestaciones en favor de los débiles agredidos y se justifique a los matones y agresores como es el caso con el genocidio que se está cometiendo en Palestina.

Actualmente, estamos asistiendo a la puesta en escena por territorios cercanos de lo que estos sectores que se definen como «ciudadanos de orden», como sinónimo de fascista irredente, son capaces de hacer para conseguir sus objetivos por si alguien todavía tenía dudas.

La secuencia de su estrategia involucionista es de manual, consiste inicialmente en la obtención del poder de forma «civilizada»: dinero vs votos, argucias, mentiras, compra de voluntades, corromper a políticos, etc. Y si con este formato no es posible, conseguirlo a lo bruto, en plan golpista: meter miedo, enfrentar a la sociedad y provocar disturbios.

Previo a todo esto y mientras parte del progresismo e izquierda, si es que todavía existe, se debate en confrontaciones cainitas, discusiones bizantinas sobre lo divino o humano y disputas personales. Con la socialdemocracia y democracia cristiana como testigos pasivos, desconectadas de la realidad de la calle y de los problemas de los ciudadanos, las derechas extremas y extremas, una vez pasada, esperemos sea la última, la reciente parodia borbónica, trabajando a destajo en sus caladeros más fértiles: estamentos judiciales, militares, monárquicos, policiales y eclesiásticos, con la inestimable colaboración de los medios a través de los telepredicadores y hooligans radiofónicos.

Desde su inmovilismo y vocación golpista, siguen con las mismas enseñas y consignas fascistas del 36 y posfranquistas, tratando de condicionar y ejercer presión sobre las decisiones que la mayoría de la sociedad ha optado.

Hay diferencias muy relevantes y sobre las que no se debe banalizar, entre lo que se pretende avanzar y lo que intentan imponer. Están en juego las libertades, igualdad y derechos, profundizar en democracia y pacífica convivencia. O el inmovilismo y totalitarismo de triste y sangriento recuerdo como freno a cualquier tipo de cambio que cuestione los privilegios de clase o de su imperial orden y status establecido.

Y por si fuera poco, con la iglesia hemos topado, desde los pulpitos más autorizados del ultranacionalismo católico español, dejando una vez más su impronta fascistoide y en nombre de la Doctrina Social de la Iglesia (sic), intentan echar más leña al fuego y enfrentar a la sociedad a cuenta de lo que denominan «secesionismo». Obvio, su diccionario o credo no ha conocido nunca las doctrinas fundamentadas en democracia y libertad. Lo dicen los que pasearon bajo palio a dictadores, asesinaron y destruyeron civilizaciones en nombre del imperio y su religión, los que se ponen de perfil en los casos de tortura, pederastia, abusos, injusticias y vulneración de derechos en pasados y actuales conflictos. Su doctrina del perdón, el cual consideran tan imprescindible para la vida como el pan, debe corresponderles, al igual que el alimento, solo a ellos.

Tampoco sería justo encasillar a toda la institución por la opinión y hechos de parte de sus jerarquías, cuando por todos es conocido las valiosísimas excepciones dentro de la misma.

Para salir corriendo, no queda otra que alejarse de los que se autodefinen como personas de orden o de bien y apostar por las personas decentes, trabajando codo a codo para mantener lo conseguido y seguir luchando para obtener lo pendiente, que en nuestro caso no es poco.

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