Félix Placer Ugarte
Teólogo

Violencia de género y capitalismo: una respuesta pedagógica

La crítica pedagógica feminista, por tanto, se presenta hoy como una de las miradas imprescindibles en el debate contra la economía capitalista y contra sus poderosos mecanismos que perpetúan este sistema.

Las múltiples y crueles formas de violencia contra las mujeres son noticia que en nuestra sociedad consumista se ha hecho trágicamente habitual. Aunque que se convocan múltiples reacciones de protesta contra cada atentado machista, rechazado por la ciudadanía y condenado por las instituciones, reaparece continuamente y se reproduce de forma alarmante, sin que se consiga extirparlos de forma definitiva..

Si deseamos afrontar honestamente la solución a este problema decisivo para nuestra convivencia ciudadana y dignidad social, es necesario y urgente preguntarse por sus causas a fin de acometer vías de respuesta eficaces. Existen múltiples análisis, desde todo tipo de perspectivas, sobre estos denigrantes comportamientos que descubren la complejidad de este fenómeno que hoy está adquiriendo especial virulencia, y creciente alarma social.

La conciencia ciudadana, más extendida, descarga la culpabilidad de esta infame violencia en sus ejecutores materiales. Efectivamente, sus acciones son reprobables, van contra los valores más profundos y la ética más elemental.

Pero es necesario ir más allá y preguntarse por sus causas generadoras y razones explicativas en las cuales nuestra sociedad y sus modelos de referencia están implicados. Nekane Jurado, en su último libro, «Lucharon contra la hidra del patriarcado. Mujeres libres», desarrolla un clarividente análisis, históricamente comprobado, basado en el sistema económico capitalista: «El patriarcado–capital, en una lucha de género sin cuartel, canaliza toda nuestra mirada hacia la violencia de género, no para solucionarla de forma radical, sino para que no miremos hacia el capital que es su instigador y mantenedor».

En efecto, la ideología patriarcal atraviesa toda la teoría y práctica del capitalismo, es su raíz perversa. Desde su androcentrismo dominante y explotador impone una visión del mundo y de las relaciones sociales y económicas centradas en la producción según el falso punto de vista de supremacía masculina. La economía, la sexualidad, el trabajo, la política, la cultura, están condicionados dentro del capitalismo –también en la patriarcal institución eclesiástica– por patrones masculinos, siempre en detrimento de los derechos de la mujer con las consiguientes consecuencias de discriminación, exclusión y sometimiento en las relaciones sociales y laborales. En consecuencia, las mujeres siempre son las más perjudicadas dentro del sistema capitalista y su mercado, donde su trabajo reproductivo es infravalorado en las prioridades políticas y económicas con las consiguientes injusticias, desigualdades y subordinación permanente.

Vivimos, en consecuencia dentro de un sistema socioeconómico globalizado que suprime la igualdad y donde la responsabilidad social de sostener la vida, la reproducción, está metida en las casas, en manos de las mujeres, asociada a una construcción perversa de la feminidad y que tiene que ver con la inmolación, el sacrificio y la invisibilidad, como concluye la economista y activista feminista Amaia Pérez Orozco. La violencia de género en todas su formas, es, por tanto, consecuencia de un sistema que excluye y mata, comenzando por quienes considera más débiles, vulnerables y explotables: las mujeres.

Las auténticas alternativas liberadoras a la violencia de género no están solamente en las indignadas protestas ciudadanas, en las denuncias reivindicativas feministas, en la necesaria repulsa social. A pesar de estas imprescindibles acciones y luchas, esta violencia continua reproduciéndose, como lo muestra Nekane Jurado, en la hidra de las cuatro cabezas del patriarcado capitalista: «la opresión de género, la explotación, la dominación y la colonización».

Las alternativas deben ser, por tanto, de alta complejidad, como advierte Edgar Morin, y extensión ante un sistema económico que lo ha invadido todo: conciencias, convivencia, estructuras sociopolíticas e ideologías que imponen su pensamiento único de desigualdad e injusticia entre mujeres y hombres y donde el heteropatriarcado, somete a las mujeres y sustenta ideológicamente el sistema capitalista que es, en consecuencia, racista, colonialista y patriarcal en sí mismo, generador, por tanto, de violencia de género.

Desde mi perspectiva, pienso que es urgente una estrategia de proyectos educativos con profundo contenido pedagógico liberador dentro de un nuevo paradigma configurativo cultural, social, económico, ecológico, teológico, más allá del sistema capitalista. Y esta emergencia educativa las respuestas deben ser conjuntas, interactivas, coordinadas. Requieren un nuevo aprendizaje, donde saber aprender (no, imponer) será la clave para descubrir y crear nuevas relaciones de respeto e igualdad.

Las referencias de esta forma pedagógica innovadora requieren apertura a nuevas experiencias y, por supuesto, la recuperación de valores olvidados entre los que subrayaría –desde nuestra cultura y memoria en Euskal Herria– el referente ‘matrial’ que en oposición a ‘patriarcal’, subraya lo femenino como base de igualdad en la diferencia, de relación creativa y originante; donde el progreso no consiste en la acumulación y explotación capitalistas y en el consumo sin límites, sino en la acogida igualitaria, en la mutua aceptación y ternura, en los cuidados de nuestra Ama lur; donde la espiritualidad que anime y sostenga ecológicamente la tierra es básicamente femenina, y se opone al androcéntrico capitalismo, destructor de las fuentes de la vida, generador de la violencia de género como su expresión más nefasta y biocida.

La crítica pedagógica feminista, por tanto, se presenta hoy como una de las miradas imprescindibles en el debate contra la economía capitalista y contra sus poderosos mecanismos que perpetúan este sistema.

A partir de ella, es preciso avanzar en una pedagogía global, que inspire y oriente no sólo los centros escolares, sino los medios de comunicación, las instituciones, espacios culturales, por supuesto la institución eclesiástica, a fin de crear dinamismos educativos de comunicación y relación interpersonales, pluridireccionales e interactivos; que promuevan la decisión crítica, autodeterminada y dialogada de mujeres y hombres; que eduquen una conciencia ecológica y de género en una religación consciente y activa con la naturaleza, dentro de una cultura de la igualdad; que desarrollen la capacidad y competencias de descubrimiento y creatividad de las potencialidades personales y grupales frente a la instrumentalización competitiva y consumista; que inspiren la admiración e impulsen el pensamiento divergente (desde la experiencia femenina y masculina) y creativo. Son actitudes y conductas necesarias para el aprendizaje, criterios para todo proyecto educativo.

La educación competitiva y selectiva de la ideología patriarcal–capitalista genera marginación y violencia de género desde sus proyectos preestablecidos de lucro y beneficio. La educación es liberadora de exclusiones y de todo tipo de subordinación y dependencia cuando considera a las personas y a los pueblos como sujetos libres, diferentes e iguales, autodeterminados y agentes de procesos configuradores solidarios.

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