Olga Saratxaga Bouzas
Escritora

Violencia vicaria

Me pregunto si no cabe pedir cargo penal a quien obligó al hijo o hija a convivir con el agresor de su madre, suponer dudosa facultad para cumplir labores determinantes de auxilio judicial, incluso delito contra la protección de la infancia.

Mi primera relación con el término «vicario» data ya de alguna década atrás: la época de estudiante universitaria. En la psicología conductual, se establece como elemento principal de la Teoría del Aprendizaje Social (1977) de Albert Bandura. Atendiendo a la lógica deductiva de este psicólogo canadiense, nacido en 1925 –uno de los más influyentes en el estudio del comportamiento humano–, la experiencia vicaria radica en la adquisición de conductas mediante la observación e imitación de otros individuos, quienes operan a modo de suplentes. Las habilidades ajenas nos sirven de espejo: actúan de resorte hacia nuestra motivación y confianza en un nuevo conocimiento. Las destrezas personales se transforman, según nos veamos reflejadas en dichas prácticas y también en sus consecuencias. Se trata de un aprendizaje por sustitución, a través del modelado que activan terceros organismos, no siendo necesario que seamos protagonistas directas de la experiencia.

Si la tarea a realizar se presenta costosa o nueva, se busca la competencia de patrones que nos motiven a efectuarla con éxito. Es una técnica adaptada a otras áreas fuera del sustrato educativo, estimulada por el fin de conseguir la aptitud en logros reconocidos por la especie. Dado que somos aprendizas en continua formación, estos procesos cognitivos se dan a través de todo el ciclo vital. Así, se comprende que en los primeros años de la infancia los ejemplos a observar e imitar sean los progenitores. Las personas educadoras –que conforman nuestro ambiente más próximo y conocido– suponen, de manera natural, la zona de confort que nos aporta seguridad. Esencial para un óptimo desarrollo psicológico y fortalecer nuestras capacidades evolutivas.

El concepto tardaría todavía un tiempo en ser incorporado a la estructura semántica del machismo. Precisamente, la violencia vicaria es aquella que se ejerce de forma secundaria a la víctima principal: la mujer. Es aplicada conscientemente, al objeto de infligir el mayor daño potencial y que este tenga la mayor duración posible. Por esto, se practica sobre hijos e hijas, a fin de causar un sufrimiento extremo, asegurando, en casos llevados al filicidio, secuelas vitales de dolor en la mujer que se quiere maltratar. Al igual que su propio asesinato, pertenece al contexto de violencia extrema, y evidencia la posición de poder de cualquier hombre que quiera dañar a la mujer madre.

Resulta fácil advertir que, en estas situaciones de extensa crueldad, el ansia de someter a padecimiento a quien juzgan un ser inferior está por encima de cualquier otra consideración. Ocupa el vértice fúnebre de prioridades en los anhelos de estos asesinos. Instrumentalizan, a todos los efectos, a los menores –hijas e hijos indefensos de esta lacra sistémica–, convirtiéndolos en herramientas de ensañamiento, de dominio límite durante los episodios de agresión. Testimonio de que desempeñar su voluntad opresora pesa más incluso que el bienestar de sus descendientes.

La cronología, lejos de suavizar los datos, arroja resultados de asesinatos consumados en múltiples variantes posibles del modus operandi, a la vez que muestra la férrea salud patriarcal. Premeditados, organizados cómo, cuándo y dónde al detalle, con día y hora en el calendario; en definitiva, una letal cadena programada de imponer tormento a la mujer, sujeto último de odio. La frecuencia con la que se da este tipo de hecho es macabra, llegando a cuestionar la gestión operativa y táctica del estado de derecho.

Asimismo, nos encontramos ante una circunstancia legal insostenible: laudos unilaterales, adoptados por tribunales judiciales que otorgan la tutela compartida a hombres maltratadores bajo el amparo de su propia ideología machista. Sentencias que conceden custodia a estos padres sientan precedentes a favor del victimario, y no deberían dejar indiferente a nadie; mucho menos a instituciones con facultad de actuación diagnóstica y compensatoria.

Sucesos posteriores han demostrado la enorme irresponsabilidad cometida por la administración en sus ámbitos de decisión. Además del domicilio familiar, los regímenes de visita suelen ser espacios en los que se cometen las barbaries, con agravante negligencia de los poderes mencionados. En este punto, me pregunto si no cabe pedir cargo penal a quien obligó al hijo o hija a convivir con el agresor de su madre, suponer dudosa facultad para cumplir labores determinantes de auxilio judicial, incluso delito contra la protección de la infancia.

Efectivamente, el Estado tiene varias denuncias cursadas por mujeres maltratadas, víctimas de este tipo de violencia, contra actuaciones muy graves de desatención a los derechos fundamentales del menor. En ocasiones, a pesar de la presentación de pruebas físicas: grabaciones y fotografías de amenazas de muerte. Difícil encrucijada, cuando ese mismo poder que dicta veredictos es hijo del horror del patriarcado y la desigualdad orgánica existente entre hombres y mujeres.

Recién estrenado 2020, el machismo incluyó en su hemeroteca el nombre de Ciara, de 3 años: la noche mágica de enero le tenía reservada la más cruenta sorpresa, próximo el amanecer, que habría sido uno de tantos para ella, a no ser porque su padre le regaló la muerte.

El último caso de violencia vicaria del que tengo noticia, mientras enlazo las últimas líneas de este artículo, ha ocurrido en Australia: Un hombre ha rociado con gasolina el coche en el que se encontraban su exmujer, sus dos hijas y su hijo, y les ha prendido fuego. Epílogo-resumen: cuatro asesinatos misóginos.

Si la custodia era el conflicto, los hechos demuestran que ha sabido encontrar la solución definitiva: el problema ya no existe. Como si de la hoguera de las pesadillas se tratara, lo ha envuelto en llamas, ha dejado que arda en una lentitud agónica inimaginable y lo ha convertido en un no cuento mortal de invierno.

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