Josu Iraeta
Escritor

Voracidad empresarial

En su artículo, Iraeta parte de la constatación de que la política cada vez se ocupa menos de las necesidades sociales y tiende a convertirse en un «espectáculo mediático» bajo el control de las elites económicas. En consecuencia, repara en el cambio experimentado en el mundo laboral,  un cambio regresivo cuya característica más lamentable, por las consecuencias que conlleva, es la precariedad, «razón de la plaga que más víctimas genera», si bien para el empresario supone una mayor rentabilidad, ciertamente, «a costa del sufrimiento, incluso la ruina económica del trabajador».

Cualquier mediano observador es testigo de cómo en la zona euro la democracia ha derivado hacia una realidad especialmente paradójica, ya que a pesar del aparente fortalecimiento de las democracias más establecidas, la política es cada vez menos la proyección de las necesidades de la sociedad. De hecho, se está convirtiendo en un espectáculo mediático controlado por unas elites que representan exclusivamente los intereses de las grandes empresas.

Este déficit democrático tiene sus concreciones en una sociedad decididamente orientada hacia el mercado como la nuestra. Concreciones extremadamente graves, como la enorme desigualdad de rentas, la pobreza relativa e incluso la pobreza absoluta, puesto que aumenta de forma que parece imparable.

Constatar esta realidad, que tanto se manipula en la inmensa mayoría de los medios de difusión, invita a replantear lo que hoy en día y desde casi todos los ángulos del pensamiento político se combate con dureza, la para algunos caduca y errónea filosofía de «profundizar en la crisis».

Lo cierto es que el momento en que las sociedades organizadas –países, estados, pueblos…– se acercan con mayor ímpetu a la democracia, y además en su carácter más posibilista, es inmediatamente después de periodos de sistemas totalitarios, de situaciones extremas o de agudas crisis.

Es precisamente en esos momentos cuando se genera el fervor por la participación política. Es el momento en el que los poderosos que controlan las sociedades no democráticas se encuentran en situación débil y a la defensiva. Es en los límites o su proximidad donde se concitan voluntades de cambio.


Centrados en el mundo laboral, hoy nadie está en condiciones de negar que vivimos tiempos de metamorfosis y regresión. La ausencia de clases por decreto, la colaboración interclasista bajo una única denominación, «clase trabajadora», el ultranacionalismo español, el exacerbado anticomunismo y el autoritarismo expresado por una durísima represión nos sitúan en tiempos que parecían superados.

Recordemos la empresa con estructura de propiedad estable que conocimos, que contrataba directamente a sus trabajadores, que incluso les incitaba a participar del accionariado en la propia empresa, es hoy historia. Hoy, la propiedad real de las empresas es una macedonia de siglas y accionistas que negocian por vía electrónica con sus acciones.

Utilizan diferentes métodos de relación contractual, consiguiendo finalmente una fuerza laboral de flujo permanente, sin contratar directamente a nadie.


Si analizamos con detenimiento las empresas consideradas más avanzadas y que lideran los diferentes sectores, nos encontramos con el verdadero núcleo y razón de la plaga que más víctimas genera, la precariedad. Esta plaga que tiene sus orígenes en la desde hace muchos años «imprescindible» flexibilidad es hoy causa directa de que en miles de familias haya viudas, huérfanos, enfermos incurables y discapacitados. Queda claro, pues, que si para el empresario la precariedad supone incrementar la rentabilidad, lo hace a costa del sufrimiento, incluso la ruina económica del trabajador.

Es necesario recordar que la flexibilidad en los centros de trabajo tiene como uno de sus principales objetivos –reteniendo el negocio principal– subcontratar las actividades auxiliares. Las empresas más avanzadas que lideran los diferentes sectores subcontratan prácticamente todo a excepción de la entidad central, que es donde se toman las decisiones de estrategia financiera. De hecho, y a pesar de gestionar marca y producto, desde la central mantienen escasa relación con el real proceso productivo.

Por todo esto, no debería sorprender que el objetivo primordial de la empresa que quiera tener verdadero éxito sea situarse en el sector financiero, donde el dinero se mueve con agilidad y todo se puede subcontratar.

De esta forma, las empresas que consiguen subcontratar todo el trabajo que requiere elaborar un producto pueden dedicarse por entero a desarrollar su imagen de marca.

A este mundo empresarial de hoy, que tiene la corrupción como «núcleo» de negocio, se le debe uno de los cambios más notables introducidos por la hegemonía neoliberal en la «gestión pública». Consiste en haber quebrado la línea entre los gobiernos y los intereses privados. Para ello se utiliza un fundamento que en el mundo empresarial es axiomático. Se dice que el éxito en el mercado implica disponer de la mejor información, puesto que una información errónea induce a una estrategia equivocada, y esta al fracaso.

La empresa que dispone información perfecta puede en teoría anticiparse y garantizar cuando menos la supervivencia. Evidentemente estos dos supuestos no son aplicables al estado; por tanto, si en el mercado las empresas disponen por necesidad de mayor y mejor información que el estado, lo que este quiera imponer a las empresas, será siempre en detrimento de la eficiencia que puedan alcanzar por sí mismas.

Esto tiene una vertiente de mucho calado, puesto que si el conocimiento y prestación de la empresa son superiores a los del estado, establecer límites a la influencia de los negocios sobre el sector público es considerado absurdo.

Este es el argumento principal que lleva a justificar la privatización del sector público.


Decía que vivimos tiempos de metamorfosis y regresión, pero lo cierto es que esto viene de lejos. No es necesario hurgar demasiado en la memoria, basta recordar que que hace tres décadas la cultura del capital incorporó sistemas aplicados con relativo éxito en los países asiáticos. Recuerden aquello de la «empresa total», donde la imprescindible competitividad recaía en los trabajadores, quienes además de ser víctimas de un sistema de control profesional y anímico, debían mostrar máxima lealtad y disposición necesaria para sentirse «partícipes del proyecto empresarial».

La iniquidad y manipulación extrema ha llegado a su cenit cuando el cinismo empresarial pretende introducir en las relaciones laborales el término «negociación personal».

Sin duda, un claro ejemplo de hasta dónde es capaz de llegar el empresario en su voracidad mercantil.

Como puede verse, quizá no sea tanto lo que ha cambiado, pues si a los continuos mensajes que desde el mundo empresarial vienen filtrando una y otra vez añadimos sus exigencias reales con respecto a la rentabilidad de su dinero, podríamos llegar a pensar que la actual generación empresarial ignora que hace ya mucho tiempo que el capitalismo llegó a la conclusión de que el estado de la economía depende de la prosperidad del conjunto de los asalariados. Aunque quizá me equivoco y resulta que han vuelto los criados.

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