Josu Iraeta
Escritor

Votar a quien defiende lo que es nuestro

También la Iglesia merece especial mención, puesto que –con la excepción de posturas individuales– adoptó una posición activa claramente en favor del castellano. De hecho, funcionó como un verdadero ariete en la labor de desacreditar y hacer desaparecer el euskara.

Es evidente que no se precisa una fuerte argumentación, para reconocer que una comunidad lingüística no abandona su idioma y lo sustituye por otro, sin más, porque le parezca más bonito o más funcional. Cuando esta situación se da, nunca es por decisión propia, sino por un cúmulo de razones e intereses que confluyen en el tiempo.

El proceso de sustitución se inicia cuando las comunidades que hablan las dos lenguas, entran en situación de contacto. Las comunidades siempre tienen distinta fuerza política, económica y cultural, y esto hace que se produzca un desequilibrio entre los idiomas.

Este desequilibrio desencadena un proceso de sustitución lingüística que se inicia tímidamente con el aprendizaje de la lengua colonizadora, por sectores de los hablantes de la lengua –autóctona–, en proceso de sustitución y continúa con una situación de bilingüismo, que poco a poco, con la desaparición de los monolingües –por pura razón biológica– del idioma autóctono, va culminando con la extinción de la lengua que menos fuerza y recursos tenía.

La saludable posición que en tiempos vivió el euskara en Navarra, hace que, para razonar sobre el presente, debamos remontarnos al pasado, un pasado muy lejano. Podemos empezar por los romanos, puesto que la romanización impuso muchos cambios en nuestra tierra. Uno de los más duros supuso romper la forma de organización tradicional, imponiendo su modelo, con el latín como idioma oficial, que más tarde fue sustituido por sus derivados, las lenguas romances.

Esto tuvo como consecuencia –entre otras cosas– que el pueblo se encontrara, con que tenía como lenguas oficiales, idiomas que no entendía. Esta cruel situación colonizadora, se tradujo en un proceso social de desvalorización del propio idioma y la supervaloración del idioma «oficial».

Poco a poco el euskara, la lengua de los navarros, comenzó a desaparecer de las calles de la vieja Iruñea, porque si en las últimas décadas del siglo XIX se hablaba permanentemente por las calles del Carmen, Navarrería y Santo Domingo, también es cierto que los considerados «ilustres», hombres y mujeres de la cultura, abandonaron nuestra lengua milenaria.

Creían que al hablar euskara y no dominar el castellano, podía suponer un obstáculo para acceder a círculos sociales de prestigio, a puestos de trabajo más codiciados, al poder... en fin, que comenzaba a ser un lastre para quien quería triunfar. Quizá en este párrafo, alguno de ustedes encuentre paralelismos con la actualidad.

Tampoco fue ajena a la pérdida del euskara en Navarra la incorporación a la Corona de Castilla y la consiguiente participación en proyectos militares y económicos comunes, ya que la elite de los negocios, la «nobleza», también la Corte, pusieron su interesada mirada en Castilla.

Del mismo modo y en la misma línea, la monarquía española –sobre todo los Borbones– activaron una política centralista con respecto a los diferentes reinos de la monarquía, siempre tendente a la unificación lingüística.

Fue más tarde, con la abolición de los Fueros y el triunfo del estado liberal, cuando se inició el proceso de construcción del «estado nacional unificado», en donde por supuesto no cabía más que una lengua. De ahí que los progresos habidos en la época, tanto técnicos como científicos, se hayan –interesadamente– identificado con el castellano.

Ya a mediados del siglo XIX, concretamente en 1857, cuando se estableció la obligatoriedad de la enseñanza, aplicando la llamada «Ley Moyano», llegaron a todos los pueblos, maestros –en su inmensa mayoría castellanohablantes–, que ayudaron de manera eficiente en la desaparición del euskara. Pero no fueron sólo los maestros, también la organización municipal establecida; secretarios, jueces locales y alcaldes, funcionaron «todos» en castellano.

Tampoco quisiera que se olvidara el comienzo del servicio militar obligatorio, donde sistemáticamente se ridiculiza e infravalora a los jóvenes vascohablantes.

También la Iglesia merece especial mención, puesto que –con la excepción de posturas individuales– adoptó una posición activa claramente en favor del castellano. De hecho, funcionó como un verdadero ariete en la labor de desacreditar y hacer desaparecer el euskara.

Haciendo un pequeño paralelismo con la actualidad y la creciente llegada a nuestros pueblos y ciudades de personas de orígenes lejanos en busca de una vida digna, otro factor que influyó de manera notable y negativa para nuestra lengua, fue la construcción del Ferrocarril del Norte.

Los trabajadores foráneos que allí trabajaban, hicieron penetrar con rapidez el castellano, empezando por el Carrascal, aunque los cierto es que, a pesar de la proximidad, gran parte de la Merindad de Olite, conservó el euskara perfectamente, hasta pasada la «francesada».

Como decía al principio del artículo, un cúmulo de razones e intereses que confluyen en el tiempo, y que nos aproximan al mayor azote sufrido por nuestra querida lengua. Téngase presente que aún no he mencionado el franquismo, que, con su política lingüística vorazmente genocida, dirigida expresamente a la erradicación del euskara –prohibiendo su utilización– nos permite tener elementos suficientes para «hoy» valorar y juzgar el comportamiento de PSN y UPN. Y no sola y exclusivamente contra el euskara y sus hablantes, también contra la democrática libertad de opción de las personas.

En una democracia que se dice consolidada no debiera haber lugar para quienes la utilizan de manera fraudulenta. Es evidente que tanto PSN como UPN, del sistema solo aceptan las «formalidades». Están lejos de la madurez que requiere reconocer, que el derecho a aprender y hablar nuestro propio idioma, se encuentra en el punto de articulación entre el derecho de los pueblos a la autodeterminación y los derechos humanos.

Sinceramente, creo que la sociedad navarra debiera meditar y recordar que existen métodos, que permiten evitar el que personas con tan escaso bagaje democrático, accedan a la gestión de los derechos y libertades de todos los navarros.

No puedo afirmar que tanto la dirección de PSN como la de UPN, sean genéticamente descendientes directos de la romanización o el franquismo, pero si sumamos lo que dicen a lo que hacen...

Seamos inteligentes, votemos a quien defiende lo que es nuestro.

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