Miren Larrion, Kike Fernández de Pinedo y Belén Arrondo
EHBildu

Ya no valen las buenas palabras

Seguramente, el 40 aniversario de la masacre del 3 de marzo ha marcado un antes y un después. Las calles de Gasteiz han sido testigo de una de las manifestaciones más numerosas, sino la más, desde que aquél trágico 3 de marzo de 1976 la policía gaseara y tiroteara una asamblea en la iglesia de San Francisco en Zaramaga. Se podría decir que fue un milagro que aquella intervención policial se saldara sólo con cinco muertos y un centenar de heridos.

Gasteiz nunca ha olvidado y pese a sabotajes y prohibiciones, año a año ha salido a la calle y ha recordado a los cinco obreros muertos. Primero, escribiendo con sangre la palabra JUSTICIA, luego colocando un monolito donde cayó tiroteado Pedro María Martínez Ocio. En los últimos años se han multiplicado las iniciativas: música, literatura, arte urbano…

Verdad, justicia y reparación. Esas tres palabras resumen las reivindicaciones de quienes han continuado con la lucha durante cuatro largas décadas. Debemos conocer la verdad, saber lo que pasó y sacar nuestra memoria a la calle. Frente a la versión oficial debemos saber que no se puede privatizar la memoria, que Gasteiz, Euskal Herria e incluso el resto de la sociedad española tienen derecho a conocer qué pasó aquél 3 de marzo de 1976.

Por eso reclamamos justicia. La modélica y bendita transición nunca será ni modélica ni bendita sino se hace justicia. La ley de amnistía ha supuesto de facto, una ley de punto final, que protege y ampara a los verdugos. Quienes controlaron los poderes fácticos de la dictadura siguieron al mando del poder político, económico y judicial durante una supuesta democracia basada en la impunidad.

De hecho, el 3 de marzo de 1976 no es un hecho aislado. Es la punta del iceberg de una dictadura que agonizaba y que pretendió mantener el status quo a sangre y fuego. La dictadura comenzó bañada en sangre y terminó igual. Ahora, 80 años después, miles de personas siguen enterradas en las cunetas, otros miles siguen teniendo sentencias emitidas por tribunales ilegítimos y otros miles siguen sin ver reconocidas las constantes vulneraciones de derechos humanos a las que han sido sometidas.

Por eso es más necesaria que nunca la reparación. Un estado que se dice de derechos no puede tener víctimas de primera y víctimas de segunda. Un estado que se dice democrático no puede correr un tupido velo sobre las desapariciones forzadas, los encarcelamientos ilegítimos, la esclavitud y la tortura.

En los últimos años el trabajo de la Asociación y el empuje del pueblo de Gasteiz ha permitido no sólo que no se olvide sino también que diferentes instituciones y fuerzas políticas se hayan sumado a estas reivindicaciones. Ese respaldo institucional y político ha sido más evidente, si cabe, este año. Quienes han justificado la intervención policial se solidarizan ahora con las víctimas del 3 de marzo y quienes protagonizaron en 2006 en una actuación policial lamentable, reclaman ahora que el Gobierno español pida perdón, a imagen y semejanza de lo que el Gobierno Británico hizo con en el Bloody Sunday.

Sin rencor. Bienvenidos ahora todos los sindicatos, partidos políticos y agentes sociales que han estado ausentes durante décadas. Pero que todos ellos tengan claro que ha llegado el momento de pasar de las palabras a los hechos. Martxoak 3, de la mano de otras asociaciones, ha abierto una vía en la justicia argentina para que se juzgue en un tribunal extranjero lo que el Estado español se niega a juzgar. Ahora, desde la Plataforma Vasca apuestan por abrir una nueva vía judicial en los tribunales locales. Es obligación de todos y todas acompañar e impulsar esa vía.
 
Como es obligación de todos y todas contribuir a que no se olvide. Y ahí la Iglesia también tiene que hacer una reflexión. No puede cerrar las puertas de una iglesia que está vacía y que es testigo mudo del episodio más negro en la historia de Gasteiz. Todo ello, sin olvidar a la patronal  que ni antes ni ahora ha hecho una reflexión sobre el papel que jugó entonces y sobre su responsabilidad en la precariedad que ahoga ahora a la clase trabajadora.

Pero sobre todo, es obligación y responsabilidad de todos y todas establecer los pilares para que esto no se vuelva a repetir. A esto la justicia internacional le llama garantías de no repetición. Las miles de personas que abarrotaron aquella iglesia en 1976 luchaban por una vida más justa, por mejores condiciones de trabajo, por un salario que les permitiera vivir dignamente y lo hicieron en asamblea, fomentando así la participación. Reivindicaban derechos laborales en un contexto en el que no estaban garantizadas ni las libertades políticas ni las libertades sociales. Por eso, ya no valen las buenas palabras; debemos avanzar en la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición.

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