Josu Iraeta
Escritor

Yo, yo, yo, yo y nosotros

Es evidente que desde Lakua se gobierna con manifiesta arbitrariedad. Y el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la arbitrariedad en la gestión política la define como «despotismo».

Se aproxima el fin de la primera fase establecida como freno al Covid-19, que como se preveía, no es sino –en mi opinión–  el primer peldaño de una larga, muy larga escalera. Sin embargo y para mi sorpresa, después de la crudeza con que se expresaban en las primeras semanas los responsables, tanto políticos como sanitarios, las decisiones adoptadas en los últimos días, tanto en la incorporación laboral como educativa, además de otras decisiones, «complementarias», considero se alejan del objetivo prioritario, que no es otro que mantener el enfrentamiento directo con el Covid19.

Lamentablemente, cuando quienes están obligados a tomar decisiones políticas que implican a toda una sociedad –millones de personas– deciden elaborar una suma algebraica, cuyo resultado pone en riesgo manifiesto la salud pública, debe poder ser no sólo cuestionada, también arbitrada.

Sin duda, la necesidad de «conjugar» los diferentes intereses propios de toda sociedad, sumados a la conocida inercia del gobierno del PNV-PSE –en realidad del PNV más cualquier otra sigla a la que «cobije»– que sin rubor se erige, una y otra vez, como adalid de los intereses del mundo empresarial, debiera tomarse como punto de partida, a la hora de analizar su comportamiento de las últimas semanas.

Es decir, todavía no lo he definido, pero es evidente que desde Lakua se gobierna con manifiesta arbitrariedad. Y el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la arbitrariedad en la gestión política la define como «despotismo».

Además, otros antes que yo han definido el despotismo, como: «una traducción sobre el plano social de rasgos característicos del ser humano, como el deseo del poder y la voluntad de unificación».

Y es que, la democracia actual, permite meter mucha baza a hombres y mujeres –no sólo corruptos– también mediocres. Aunque también es cierto que lo que está sucediendo ahora por estos lares, no es tan diferente de lo que ocurre en Europa.

Evidentemente, lo escrito hasta ahora es innegable, pero no por eso meno grave. Aunque hace ya décadas, que la categoría de independencia, que debiera ser la forma específica de soberanía del poder político, se ha ido convirtiendo en una mera expresión retórica.

Este es el fruto de lo que alguno en su día denominó «Constitución semántica». De hecho, es una coartada legitimadora del sistema del «poder real», perfectamente compatible con una tupida maraña de dependencias y condicionamientos, que convierten el principio en algo totalmente inoperante y al Poder Político en un apéndice del poder financiero-especulativo, además de la «potente» nómina empresarial.

Sinceramente, preferiría estar equivocado, pero opino que se están tomando decisiones extremadamente arriesgadas y sin el rigor que requiere la gravedad de la situación.

Transcurrido el tiempo –no sé cuánto– no me gustaría tener que leer y escuchar una frase que consideraré, tan lapidaria, como vergonzante: Era inevitable.

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