Alea jacta est
Desde tiempos inmemoriales es de sobra conocida la existencia de la maldad humana, de tristes y terroríficos episodios en lo que a nuestra historia se refiere, nunca imaginables y de difícil comprensión para las gentes de bien que mayoritariamente completan la sociedad actual. Unas actitudes totalmente incívicas, llenas de odio y de una especial virulencia que hacen provocar un rechazo generalizado y una condena sin paliativos de dichos actos. Todo ello nos conduce a una profunda reflexión, exenta de cualquier tipo de demagogia o impulso, que no nos lleve a una falsa visión y análisis de lo acontecido. Nunca debiera ser el escarnio público una solución, ni buscar únicos culpables, eso sería un grave error en el prisma de una voluntad de reinserción y de amparo para los presuntos culpables. En mi caso, siempre recordaré el caso de mi bisabuelo en Lodosa, señalado por el vecindario de «rojo» y desaparecido tras ser capturado por la Guardia Civil. Recuerdo el dolor de mi abuela al contarlo, de como tuvo que venir a Donostia con diez años tras quedarse huérfana, de como lloraba al asegurarme que no deseaba venganza ninguna para con sus delatores y ejecutores. No repitamos la misma historia, sean cuestiones políticas, de género o lo que sea, la presunción de inocencia debe de prevalecer o si no, nos veremos abocados a la célebre locución latina de Julio Cesar: «La suerte está echada».