Jose Mari Goienola Montoia

Gaza

Imagínense ustedes que un día aparecen en su país unas gentes que reclaman el territorio donde siempre han vivido ustedes, porque, según los recién llegados, es la tierra de sus antepasados concedida a ellos nada menos que por el mismísimo Dios. Imagínense que, además, los recién llegados los expulsan por la fuerza de sus casas, de sus pueblos, los encierran en una comarca sin salida en la que les racionan hasta el agua, dando por finiquitada su condición de seres humanos y cualquier derecho inherente a esa humanidad. Y nada de criticar a los invasores, pues son un estado como Dios manda, que no tiene problema en ejecutar con ustedes un silencioso y eficaz genocidio. Y por supuesto, cualquier expresión de violencia contra los recién llegados es terrorismo del malo. No como el del Estado que, con sus asesinatos selectivos, bombardeos «quirúrgicos» y racismo institucional, solo protege a sus ciudadanos, los auténticos, claro, no ustedes que no son más que un obstáculo para el gran país que quieren conformar. Así que desde la más absoluta condena a las atrocidades cometidas por unos y otros, pongamos en contexto de donde viene todo este horror.

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