Javier Orcajada del Castillo | Bilbo

La diplomacia de los gringos

Citaba uno de los generales famosos de la guerra de la antigüedad que «lo fácil es iniciar una guerra, lo difícil es terminarla». No parece que sea ese el criterio de los yankees, pues la guerra contra España para expulsarles de Cuba se inició con un conjunto de disparates. En Irak, en represalia por la destrucción del World Trade Center, se inventaron que Saddam Hussein poseía «armas de destrucción masiva», que finalmente se demostró que era una patraña, aunque ya después de arrasado. Y ello a pesar de de la presencia de nuestro José Mari Aznar como miembro del prestigioso «Trío de las Azores». Ahora acusan a Irán de bombardear dos petroleros en el avispero del Estrecho de Ormuz. La Casa Blanca no se ha enterado de que una de las muchas agencias de inteligencia se ha declarado autora de la hazaña. El citado genio de la guerra antigua fue el mentor del silogismo: «La inteligencia de los poderosos está en proporción inversa a la fuerza que poseen»: a mayor capacidad destructiva, mayores despropósitos. Esa debe ser la causa de que Trump ha solicitado a Borrell que su contencioso con Iran lo gestione el Tribunal Supremo Español habida cuenta del prestigio internacional que ha adquirido con ocasión del espinoso procés catalán. El juez justiciero, Marchena, ha agradecido la deferencia, pero ha declinado su intervención, puesto que bastante marrón tiene con el cariz del 1-O. Teme tener que pedir a Trump el exilio en USA cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos revoque la sentencia del procés y dejar libres a los ahora acusados en prisión y que los exiliados puedan volver sin riesgos de ser detenidos acusados de enfrentarse a los «piolines» por arrojarles globos con agua y ramos de claveles. España se enfrenta con su prestigio a la Leyenda Negra y recibe la solidaridad de las instituciones financieras mundiales.

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