Enric Vivanco Fontquerni, Barcelona

La salud como veleta

Todo lo vivido hasta ahora ha sido un mal sueño y al despertar solo queda el recuerdo de una resaca. Como algunos decían solo era pasar el tiempo, en definitiva les ha costado un año de más, para poder hacer el discurso actual que la pandemia es un resfriado con algunos moquillos. Las clasificaciones junto con la estadística, muestra que la incidencia más negativa está circunscrita mayoritariamente en la pirámide de edad más elevada y en los enfermos crónicos. Así que esta población es periférica y su desaparición no perjudica al sistema más despiadado que se ha podido construir. Estos humanos son perfectamente prescindibles no solo para la comunidad internacional, también en muchos casos en los propios núcleos domésticos, que causan problemas de convivencia. El éxito y el negocio de las residencias es una prueba tangible de todo ello, por mucho que se quiera disimular, es tener un final de vida en estas granjas mortuorias para personas dependientes. Es una de las ventajas más de la globalización que su gran éxito es borrar la responsabilidad que se tiene con tus progenitores, que da luz verde para abandonarlos en la indignidad como humanos. Dinamarca, la simpática, es el guía de semejante majadería económica. La libertad, lo liberal, y la muerte, se juntan en toda esta construcción de irresponsabilidad de un sistema político-económico-cultural, genocida hasta los tuétanos. Ahora lo que priva es intoxicar que las medidas iniciales, del principio de precaución, que se aplicaron no sirvieron para nada. El recuerdo de los que murieron ahogados porque estaban en la clasificación de inservibles, nadie se acuerda de ellos, y esto sucedió en esta maravillosa Europa, de oropeles y de restaurantes exquisitos. En 1946 la OMS, definió la salud evocando un estado completo de un bienestar, físico, mental y social. Para nada la ausencia de enfermedad, lo que se llama el silencio de los órganos. Nuestro sistema de salud, va en sentido contrario y la pandemia lo reafirma. Comenius, en el siglo XVII, apreció la gran carencia de la modernidad, al observar que el hombre vive en el régimen de separación, consigo mismo, y con el mundo.

Atentamente.

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