Han sido muchos los análisis sobre Siria y Oriente Próximo que he leído durante los últimos meses: algunos mejores, otros peores, más razonados y menos razonados. Soy de los que cree que «el análisis basado en la dialéctica marxista no engaña».

En el análisis hay elementos objetivos que pueden gustar más o menos, pero no se pueden tomar en vano y mucho menos obviarlos. Dos aspectos que quiero remarcar, seré breve:

Hablamos de la supuesta legitimidad de aquellos primeros «revolucionarios» sirios, «pacíficos» y «democráticos». Las revoluciones o son democráticas o no son, señal inequívoca que nos confirma que la «revolución siria» y las «primaveras árabes» son una farsa de escándalo y van contra la propia naturaleza (características objetivas) de la revolución. Aceptamos eso o cometeremos el grave error de confundir los planes golpistas del imperialismo yanqui-sionista con una verdadera revolución. Lejos quedan ya aquellas «revoluciones de colores» que ya casi nadie recuerda y que fueron financiadas por los enemigos de la humanidad.

Los pueblos tienen derecho a la autodeterminación, a su soberanía y a hacer la revolución (de manera violenta por supuesto, no hay revolución pacífica), faltaría más, pero también tienen derecho a que sus decisiones sean respetadas. Lo que nadie ha dicho en sus análisis es que el presidente Al Assad emprendió una serie de reformas políticas, electorales y constitucionales, ante la demanda de «aquellos pacíficos revolucionarios» pagados con dólares. Una nueva constitución refrendada por un aplastante 90% de los votos y unas elecciones ganadas con una amplia mayoría, legítima y democraticamente, que hace gobernar a su partido -Baath- en coalición con partidos comunistas, socialistas, laicos y nasseristas.

Me pregunto yo ¿cual es la verdadera revolución en Siria?