Joan Llopis Torres

Sílvia Orriols

La señora Sílvia Orriols, alcaldesa de Ripoll, un pueblo de Catalunya negativamente paradigmático de otros pueblos de aquí y también de fuera de Catalunya, ignora varias cosas.

Por ejemplo, que los derechos humanos deben ejercerse en todas partes (también) en Ripoll; que el soberanismo catalán –que sí queremos ejercer los soberanistas catalanes, aquellos que hemos resultado «independentistas», no por nuestra culpa, será por otros, ya que para dejar de ser independentista, la solución (teórica) es muy fácil, como cualquiera puede concluir, o quién reclama lo que ya tiene?– no quiere decir que podamos aceptar el populismo demagógico de políticos menores (en este caso solo una mujer conducida por su propia irrelevancia, sin ningún bagaje personal a considerar, salvo su imperturbable desprecio por personas y grupos sociales venidos de fuera del país que viven en dramáticas circunstancias de pobreza y desarraigo que a ella nada perturban, al igual que –en mi opinión– rehúyen sus irreflexivos seguidores), política con valores de cuatro reales al peso de cualquier balanza que entienda de humanidades. Políticos y política que quieren conducir el catalanismo social por caminos inmorales o carentes de la ética imprescindible para ser aceptables.

Todo ello, dramatizando las consecuencias de estas problemáticas sociales que todos conocemos, como si las injusticias pudieran justificarse en las políticas que ella defiende, y viceversa; o, simplemente, sin más añadidos, como si las injusticias pudieran justificarse. Pero solo hasta el momento en que, siendo ella administradora pública, es corregida por otras administraciones a las que se pliega dócilmente por su supervivencia, y el gallo se vuelve gallina. En su caso, la gallina, sin alteración alguna, resulta gallina. Del carbón, después de muchas químicas y propagandas muy aparentes, no brilla ningún oro, ni del que cagó el moro, del carbón se saca carbón; o sea loro por repetir la alcaldesa el discurso que le dictan, ni gallo ni gallina, ni ningún caldo. Una política de barriada que ciertamente resulta despreciable, vista con sensatez y desde los valores que siempre han identificado a Catalunya (tierra de acogida), o, al menos, esto nos creíamos algunos y Catalunya sea otra cosa de lo que pensábamos y se convierta también en algo despreciable para seguir por los caminos que esta mujer quiere andar, un camino lleno de desprecios y exclusiones.

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