Atender mandatos populares y no tomar el pelo ni a la gente ni al adversario
Todavía es pronto y hay margen para la enmienda, pero el arranque de curso por parte del nuevo lehendakari Imanol Pradales despertó las alarmas entre todos aquellos que, tanto entre sus filas como fuera de ellas, esperan que su llegada suponga cierto punto de inflexión respecto a su antecesor.
En el tradicional inicio de curso político en Donostia, Pradales insistió en que salud y vivienda serán sus prioridades, lo que, en sí mismo, ya supone una enmienda al Gobierno de Urkullu, para quien todo iba bien en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, pese a las quejas de la oposición, a la que ahora parece darse la razón. Más allá de las prioridades ya marcadas previamente, sin embargo, el lehendakari centró su intervención de forma insistente en el debate y firma de un ‘‘Pacto por una actividad política ejemplar’’.
Una especie de decálogo para hacer frente a una «crispación y polarización que la ciudadanía rechaza», en palabras del lehendakari, que pidió «desterrar el mal tono y los insultos». No deja de ser divertido que el pacto reclame evitar las fake news y la «hipérbole excesiva», cuando la propia iniciativa resulta francamente hiperbólica y ajena a la realidad del país. Un invento. Cualquiera que viese los debates de la campaña electoral se extrañaría ante la afirmación de que la política vasca se encuentra crispada y polarizada. Otra cosa es que al PNV le crispe tener un adversario que le disputa la victoria, pero el clima político vasco nada tiene que ver con el español. En este país se ha matado a representantes electos, se ha encarcelado a políticos y se han ilegalizado partidos. Un poco de seriedad para arrancar el curso.
Juez y parte
Cuando Pradales habla de recuperar la confianza de la gente, que ve «alejada de la política», cabe entender que se refiere sobre todo al PNV, una óptica desde la que se entiende mejor la insistencia en este decálogo que venía filtrándose con el nombre de «pacto ético». Unas palabras que evocan el «suelo ético» de Urkullu, cayendo parcialmente en su terrible tono moralista que, por cierto, lastró el debate político de esta parte del país. Y eso que el documento habla de evitar «posiciones moralmente superiores».
El lehendakari no trata tanto de marcar el terreno de juego –el consenso sobre una práctica política constructiva, en términos generales y con excepciones, ya existe– como de erigirse en árbitro del debate político, en la figura que marca dónde acaba el argumento constructivo y empieza la demagogia, el punto en el que la crítica legítima se convierte en ataque excesivo. El problema, evidente, es que Pradales no puede ser juez, dada su condición de parte.
Si el lehendakari hinca el diente a los retos pendientes, deberá corregir irremediablemente a su antecesor, negociando y dando parte de la razón a la oposición, en especial a EH Bildu. Una mirada corta puede hacer temer en las filas jelkides que esto favorezca a su adversario. De ahí el esfuerzo por poner deberes al resto desde el primer día. Pero Pradales debería recordar su propio decálogo: «Primar siempre el bien común, por encima de otros intereses».
Las trampas de Macron
Mientras, en París, Emmanuel Macron sigue haciéndose trampas al solitario, perdido en el laberinto que él mismo construyó. Se aferra a la ruin estrategia de esperar a que las brechas en el seno del Nuevo Frente Popular acaben atrayendo a sus sectores más moderados, vetando a La France Insoumise igual que se veta a la extrema derecha. Esa equidistancia es doblemente peligrosa, pues equipara lo inequiparable y da la espalda al mandato popular surgido de las urnas, que dejó en las manos del NFP el encargo de hacer frente –no en solitario– al empuje del RN de Le Pen.