Clasismo y falta de humanidad en Donostia

La semana pasada el Ayuntamiento de Donostia decidió cerrar el albergue municipal La Sirena, que en las noches más frías del año ofrece cobijo a las personas sin techo que viven en la capital de Gipuzkoa. El cierre provocó un sinfín de especulaciones sobre las causas, desde la falta de recursos hasta que el Consistorio no había considerado «frío extremo» temperaturas mínimas de 2 grados. La verdadera razón de la clausura se conoció el domingo, una vez se reabrió, y no era otra que un grupo de turistas franceses con reserva para esos tres días en los que permaneció cerrado.

Se mire por donde se mire, se trata de un escándalo mayúsculo. En primer lugar, la decisión deja claro que los recursos que Donostia dirige a las personas más necesitadas son de quita y pon; se pueden suprimir en cualquier momento, al margen de la necesidad que haya, incluso en las situaciones más extremas. Pero, además, para ello no hace falta que haya un motivo mínimamente consistente, como puede ser una urgencia sobrevenida o una situación imprevista; basta cualquier nimiedad, incluso la llegada a la ciudad de una visita de recreo de unos turistas. Todo ello revela una acción política tremendamente clasista, que clasifica a las personas en función de su poder adquisitivo y que además prioriza los intereses económicos particulares del sector turístico sobre el bienestar de las personas que viven en la ciudad, especialmente si no tienen domicilio conocido. La cobertura de las necesidades sociales aparece así como un incordio que hay que soportar siempre que no interfieran en el objetivo principal: la promoción turística de la ciudad.

Lejos de rectificar, el alcalde, Eneko Goia, señaló ayer que lo ocurrido en el albergue La Sirena era una «situación normal». Asumía el paso dado como una decisión correcta con lo que, además de reivindicar su clasismo, dejó clara su falta de humanidad, al tratar a las personas sin hogar como prescindibles. Tampoco hubo en su discurso palabras que mostraran empatía o compasión con el sufrimiento ajeno. De los pobres no se habla y mejor que no se les vea, así podría resumirse el aristocrático desdén del alcalde Goia.

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