Consumada la traición, Temer ya está entre rejas

Ayer fue detenido el anterior presidente de Brasil, Michel Temer, acusado en un caso de corrupción en el que se investiga el cobro de comisiones a cambio de contratos públicos que habría beneficiado tanto a Temer como a su partido, el Movimiento Democrático Brasileño (MDB). No es está la primera en que se le acusa. Durante su presidencia, la Fiscalía solicitó dos veces su procesamiento, pero a diferencia de lo que ocurrió con Dilma Rousseff, destituida por irregularidades en la presentación de las cuentas públicas –que no por corrupción–, el Congreso negó la autorización. Ahora, con la inmunidad perdida tras dejar la presidencia prácticamente sin apoyo popular, deberá hacer frente, al menos, a otras nueve causas.

Con ser la corrupción un delito muy grave, mucho más grave y, sobre todo, dramático para millones de brasileños han sido los cambios que impulsó Michel Temer durante su corto mandato. Abrazando las exigencias de los sectores más reaccionarios de Brasil, estableció un techo al gasto público para las próximas dos décadas. Una medida exigida por los neoliberales con el único objeto de frenar los programas sociales de lucha contra la pobreza implementados durante los gobiernos del PT, como las farmacias populares abolidas en 2017. También promovió cambios en la legislación laboral, canceló leyes contra la deforestación y la protección de los territorios indígenas, anunció una nueva ola de privatizaciones y a punto estuvo de aprobar  una reforma de las pensiones. Todo un asalto neoliberal a las políticas sociales de presidentes elegidos en una candidatura de izquierdas.
Tal vez por los múltiples favores que hizo durante su mandato, tanto a la oligarquía como al lobby agroindustrial, declaró en repetidas ocasiones que no tenía la menor preocupación por las denuncias de corrupción. Una vez más se cumplió el viejo adagio de que Roma no paga a traidores: consumada la traición, Temer está entre rejas.

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