Crisis en los relatos de las tradiciones políticas vascas

En el conflicto entre la voluntad democrática del pueblo catalán y el monopolio de la violencia del Estado español, la declaración de la República catalana y el desarrollo del artículo 155 de la Constitución española –sin minusvalorar el uso expansivo del Código Penal– abren una nueva fase. Como en todo conflicto, la batalla del relato será vital. «A nivel interno y a nivel internacional», apuntaba ayer Germà Capdevila en “Nació digital”. Demócratas frente a autoritarios, República catalana frente a Monarquía española, pacíficos frente a violentos, electos frente a impuestos, progresistas frente a reaccionarios, pueblo soberano contra ley colonial, libertad contra cárcel… Todos esos marcos de lucha favorecen a quienes piensan que Catalunya es una nación, que tiene derecho a decidir su futuro y que sus aspiraciones e intereses son divergentes de los de Estado español, por lo que hace bien en buscar un camino propio para su desarrollo como sociedad libre, democrática y decente.

No es contagio, es afección o influencia

Catalunya afecta profundamente a Euskal Herria. Los relatos tradicionales de todas las familias políticas vascas han quebrado. Sin caer en el dramatismo, se puede afirmar que la clase política ha disipado seis años en la batalla por el relato, un periodo precioso por el carácter histórico del momento. No era fácil, pero se ha hecho bastante mal. Como en la mayoría de cuestiones, unos y otros han invertido más en desacreditar el relato del contrario que en fortalecer el propio.

La responsabilidad es colectiva, pero no todo el mundo tiene la misma. Hay que recordar que en ese periodo los líderes de la izquierda abertzale estaban en prisión por abrir un escenario de paz. Eso mismo decantaba el relato, pero unos por intereses y otros por dogmas, todos por complejos, no quisieron verlo.

Iñigo Urkullu se ha dejado llevar por sus peores obsesiones, ha rebajado el techo aspiracional de la sociedad vasca y ha abonado la mediocridad. Pese a su inapelable éxito electoral, ha cometido uno tras otro errores de cálculo severos: el PSOE no era la alternancia al PP tras la anterior legislatura; Rajoy no era la apuesta lógica en esta; el procés no se iba a evaporar; dar derecho a veto en Gasteiz a la minoría unionista es un error; y el centro no está en el sitio de siempre cuando un conflicto tiene una pendiente moral tan salvaje como la que se vio el 1-0 en Catalunya. Su último error, la intermediación entre el lobo y el cordero. De momento, ha salido trasquilado, pero lo peor es que sigue sin asumir que puede terminar mordido. No él, sino lo que representa para las instituciones vascas. Rajoy y el rey, con el apoyo del PSOE, han liquidado el estado de las autonomías.

Es por eso que el del autogobierno es el relato que más dañado sale del procés catalán. La concertación, término fetiche de Urkullu, no es viable si no es en clave de subordinación. No existe autonomía si las decisiones del otro son vinculantes para ti y no al revés, si los límites de tu voluntad democrática son los deseos autoritarios del otro. Eso no es bilateralidad.

La izquierda independentista tiene el reflejo permanente de decir «ya lo decía yo». Pero esa razón, objetiva, no ha sido políticamente efectiva, luego mejor haría en modificar el guión. Ahora resistir –la tentación jelkide–, no es vencer. Confrontar con el PNV así fortalece electoralmente a ambos, pero no altera el escenario. Hay más agentes y más planos. Y exigir cambiar al resto le exige a uno mismo un cambio a la altura. Unilateralmente.

El relato del unionismo democrático ha muerto antes de nacer. No hay condiciones ni objetivas ni subjetivas para democratizar el Estado español. No se puede. Y PSE y PSN tienen más difícil aquí que en ningún otro sitio confederar su destino al del PP. Además tienen problemas para sostener con Catalunya la misma excepcionalidad que defendían por la «lucha antiterrorista». Puigdemont no es “Argala”, pero menos aún Tejero.

El PP no tiene complejos. No necesita el espíritu de Franco, prefiere la letra de Fraga. Saben que en Catalunya se juegan Euskal Herria y quieren importar el miedo.

Euskal Herria necesita un relato emancipador, democrático, resiliente, inclusivo, culturalmente potente, socioeconómicamente viable, institucionalmente articulador, socialmente vibrante, ilusionante e inspirador. En eso se puede parecer al catalán, pero no es el mismo. Es complicado, pero una de las claves en un proceso constituyente es ofrecer un proyecto mejor que el adversario. Ese adversario, ese antimodelo, es el Estado español.

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