Cumbre sin resultados en un país con grandes retos

Ayer se reunieron en el palacio de Ajuria Enea el lehendakari de la CAV, Iñigo Urkullu, y el presidente de la Mancomunidad Vasca de Ipar Euskal Herria, Jean-René Etchegaray. Al final del encuentro informaron de la firma de un memorando de colaboración institucional con el que pretenden explorar nuevas posibilidades de cooperación entre ambas instituciones, con el fin de cohesionar y fortalecer el eje atlántico europeo. Asimismo, expresaron su intención de impulsar los proyectos transfronterizos conjuntos actualmente en marcha. Finalmente, anunciaron la posibilidad de que el Tour salga de una ciudad de Hegoalde dentro de cuatro años, noticia que se convirtió en lo más relevante del encuentro.

Un resultado que no difiere mucho de lo que podría haber acordado Urkullu en una cumbre con cualquier otro mandatario regional, pero que al ciudadano vasco de a pie le debe producir desazón. Que lo más relevante de una reunión de dos de los tres lehendakaris de este país haya sido un posible evento deportivo a cuatro años vista es frustrante. En un mundo marcado por la emergencia climática, por la incapacidad de la comunidad internacional para gestionar las migraciones desde el respeto a los derechos humanos, con la Unión Europea zarandeada por el auge de la extrema derecha y el Brexit, y donde las naciones sin Estado reivindican el derecho a decidir su futuro, que se termine hablando de una prueba deportiva evidencia un fracaso. Y mucho más en un país dividido, con una amplia agenda de temas urgentes y con un conflicto cuyas consecuencias continúan lejos de haber sido resueltas.

Euskal Herria, como el resto del mundo, vive una época de grandes desafíos y profundas transformaciones. Cambios que exigen liderazgos compartidos que traspasen los límites del protocolo para marcar un rumbo sociopolítico. Algo que choca frontalmente con ese espíritu burocrático que terminará dejando al país a merced de la corriente.

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