Datos que refutan prejuicios y abren la puerta a otros relatos

El análisis de los resultados electorales en Euskal Herria ofrece datos que contradicen algunos prejuicios comúnmente aceptados. Uno de esos prejuicios es que el voto a EH Bildu es ante todo ideológico e identitario, y que si se trata de gestión y políticas públicas, el electorado vasco castiga a esa fuerza y prefiere a partidos de orden.

Ese ha sido, por ejemplo, el relato que el PNV ha intentado establecer en Gipuzkoa. El mecanismo ha funcionado en parte, al superar a los soberanistas de izquierda, azuzando el miedo al cambio y convirtiéndose en el refugio de la parte más reaccionaria de la sociedad. Eso implica que parte de quienes les votaron hace cuatro años han regresado a EH Bildu, bien porque no creen que el pacto con el PSE haya traído mejores políticas públicas o porque el tono de los líderes jelkides les chirría. Estas transferencias tienen repercusiones difíciles de gestionar en algunos municipios y pactos.

Según los datos de estos últimos comicios, EH Bildu es la fuerza cuyos alcaldes y equipos de gobierno municipales son mejor valorados, aumentando en la mayoría de esos pueblos sus resultados en votos y porcentaje por encima del resto. Iruñea es el caso más espectacular, sin duda, pero el fenómeno se extiende a casi todos los municipios donde ha habido alcaldes soberanistas de izquierda. En general, su gestión se valora y se premia. En algunos sitios eso les basta para gobernar, solos o con alianzas, mientras que en otros no les alcanza.

El factor candidata también tiene relevancia para esta fuerza. Incluso en los lugares donde el liderazgo del alcalde ha superado barreras partidarias, como en el caso de Errenteria y Julen Mendoza, han demostrado que su trabajo de equipo genera confianza y su mandato se ha transferido a Aizpea Otaegi con más fuerza.

Sin caer en discursos excesivamente teóricos –en parte destinados a maquillar otras debilidades–, el municipalismo tiene en la actualidad un gran potencial político. Es un factor de cambio, un espacio apropiado para experimentar y construir alternativas, un buen terreno para la militancia en estos tiempos. En Euskal Herria el municipalismo es además una tradición política muy potente y transversal. Se trata de un espacio donde algunos de los dogmas de la clase política pierden peso en favor del servicio público y lo común. Es una tradición mejor que otras.

Otras tradiciones y relatos dopados

Dicen los mentideros de Madrid que el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, recordó esta semana a Pablo Casado en una comida con los barones del PP que en política las siguientes elecciones se empiezan a ganar –o a perder– el día siguiente de las anteriores.

En los sistemas políticos donde una sola fuerza ha gobernado casi ininterrumpidamente durante décadas, la institucionalización suele ir acompañada de un clientelismo con una vertiente demoscópica. Les ofrece fondos y mecanismos que, utilizados de manera inteligente, les da una ventaja. Así se construyen también los relatos, los dogmas y los prejuicios oficiales.

Hay relatos que se apuntalan a través de la propaganda institucional. Por ejemplo, esta semana se ha cumplido un año de la moción de censura que echó a Mariano Rajoy de La Moncloa. Es sin duda un hecho significativo y para los medios de comunicación tiene pleno sentido recordarlo. Los partidos catalanes y vascos fueron determinantes al posibilitar aquel cambio político. Por supuesto, lo fue el PNV, cuyos votos eran necesarios y no estuvieron claros hasta el último momento. Acababan de apoyar los presupuestos del PP. Decidieron cambiar de postura y apoyar la moción, respondiendo así a una demanda popular de la sociedad vasca, clara y sostenida en el tiempo, en las calles y en las urnas.

Pretender ahora hacer de ese cambio forzado y a regañadientes una maniobra maestra y un ejercicio de coherencia, elevar a héroes crepusculares a políticos que fueron hábiles pero poco más, tal y como hemos visto estos días en la radiotelevisión pública vasca, es dopar un relato sin más necesidad que empezar desde ya a preparar las siguientes elecciones. Habiendo ganado. Esto es lo que no ven los analistas que desde fuera de Euskal Herria se fascinan con el PNV. No ven el coste que trae a medio plazo para la cultura democrática del país.

Una de las paradojas de este ciclo electoral es que las fuerzas vascas quizás tengan que tomarse en serio aprender a ganar. Eso sí, por el bien común, que no siempre sea un juego de suma cero.

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