El camino, de momento, lo marca Errenteria y no Lakua

En este país tan habituado a engrandecer polémicas sonoras pero estériles, a apuntalar muros de incomunicación y a airear malas noticias en general, cuesta identificar, reconocer y valorar en su justa medida los avances que se producen al margen de estridencias y grandilocuencias, las pequeñas buenas noticias en definitiva. Es el caso de lo ocurrido estas dos últimas semanas en una localidad vasca que está fuera los grandes focos mediáticos de las capitales, pero que sí ha sido noticia muchas veces por noticias no ya malas, sino pésimas. Sin pretender hacer un listado que sería casi interminable y seguramente inaguantable por dramático, es el pueblo en el que ETA acabó con la vida de un concejal del PP llamado José Luis Caso y poco después con su sustituto, Manuel Zamarreño. Es donde poco después apareció el cadáver del militante de ETA José Luis Geresta en circunstancias nunca esclarecidas. También el lugar en el que se produjo uno de los ataques de kale borroka más duros, con la quema de un furgoneta de la Ertzaintza y consecuencias muy dolorosas. Una de las localidades que más vecinos tiene presos históricamente (cerca de una veintena ha sido la norma habitual), alejados y sometidos a condenas interminables. La de los tres últimos jóvenes encarcelados para cumplir condenas políticas puras y duras. La que sufrió aquel vergonzante asalto policial con saqueo de comercios. La que perdió a su vecino Bixente Perurena a manos de los GAL. La que cuenta con centenares de torturados. Y con otras muestras de violencia que ni siquiera fueron noticia, desde las amenazas y presiones diarias a los rivales políticos a la muerte de una vecina al colisionar contra un control policial hace apenas seis años.

Tras estas décadas de enfrentamiento descarnado, el escenario vital diario para los vecinos de Errenteria no es muy diferente al que dibujaban el jueves en Bruselas miembros de las dos comunidades irlandesas al describir los efectos positivos de los programas PEACE. Sin duda no sería la localidad más cómoda como campo de pruebas piloto para quien quisiera poner en práctica un programa de reconciliación y de impulso a la resolución en Euskal Herria. Y, sin embargo, concejales de todos los partidos, desde el PP hasta Bildu, han sido capaces de fijar un objetivo común y de poner en marcha una iniciativa compartida y constructiva. La intrahistoria de la iniciativa Eraikiz ha sido compleja y el futuro también traerá dificultades, pero han dado un paso decisivo para cambiar la historia de su pueblo, sin esperar ni pedir permiso a nadie.

El futuro antes que el pasado

Una de las claves del éxito de esta iniciativa -clausurada anoche en un acto relativo a todas las víctimas y sobre el que mañana GARA dará amplia información- estriba en que sus impulsores han pensado sobre todo en el porvenir. En la presentación, rodeado por el resto de portavoces, el alcalde de Errenteria, Julen Mendoza (Bildu), definió Eraikiz como «un paso adelante en la construcción del futuro pacífico de nuestra sociedad».

Es ese deseo de futuro diferente el que da paso y sentido a una reflexión sobre lo ocurrido en el pasado, crítica y autocrítica, como dejó claro el discurso de Mendoza en la primera sesión del ciclo. Y conviene destacarlo porque hay ejemplos sobrados de procesos que han decidido sacrificar directamente la revisión del pasado en aras a la construcción de un futuro en paz: el caso del Estado español borrando de un plumazo, todavía hoy, la memoria y las responsabilidades del franquismo supone el caso más evidente. Obviamente no es un modelo a imitar por Euskal Herria, pero tampoco cabe decantarse justo por el contrario: pretender limitar el proceso a una revisión crítica del pasado en vez de fijar como horizonte el futuro. Entre otras cosas, por una razón práctica: resulta casi imposible labrar acuerdos profundos en torno a una lectura compartida del pasado, pero sí es muy factible tejerlos sobre cómo debe ser el mañana.

«Revisión crítica», ¿solo para algunos?

Ocurre, además, que el concepto tan en boga de la «revisión crítica del pasado» se aplica de forma absolutamente unidireccional. El lehendakari, Iñigo Urkullu, no lo pudo decir más claro el miércoles en Madrid cuando detalló que su apelación a esa revisión crítica se refiere únicamente a la izquierda abertzale. ¿Considera realmente Urkullu que el Estado español no tiene que revisar críticamente su actuación en Euskal Herria? ¿No lo tiene que hacer el PSOE que enalteció a los condenados por los GAL en la puerta de la cárcel de Guadalajara? ¿No lo tiene que hacer el PP al que Europa condena cada vez con más frecuencia por las vulneraciones de derechos humanos en Euskal Herria? ¿Ni el PNV que tantas veces miró a otro lado ante todo ello? ¿Tampoco la Guardia Civil, ni la Audiencia Nacional, ni tantas otros estamentos de guerra que siguen no ya sin disolverse, sino incluso sin hacer su propio cese definitivo?

El Gobierno de Lakua ha acaparado la semana tanto con la visita de Urkullu a La Moncloa como con la presentación de su equipo para, afirma el lehendakari, contribuir a asentar una paz definitiva. Su papel puede ser muy importante, pero de momento Urkullu no cuenta cuál es su plan, y quizás ni siquiera lo tenga. De momento la iniciativa, el modelo y hasta la noticia no están donde la sitúan las cámaras, en Gasteiz, sino en puntos como ese pequeño cine de Errenteria que refleja que, con voluntad, hasta lo imposible es posible.

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