Erdogan y su guerra imposible de ganar

El aparente ataque de la fuerza aérea siria que mató a 33 soldados turcos mientras supuestamente combatían junto con los yihadistas de Hayat Tahrir al-Sham, la marca local de Al Qaeda, y otras milicias afines apoyadas material y financieramente por Ankara, ha disparado los temores de una guerra turco-rusa en Siria. Atendiendo a la belicosa retórica del presidente turco Erdogan, es el preludio de una nueva escalada que abre un horizonte de enfrentamiento entre una superpotencia como Rusia y un país de la OTAN que alberga, desde tiempos de la Guerra Fría, un significativo arsenal de bombas nucleares de EEUU.

La de Idleb es, aparentemente, la batalla final de la guerra en Siria. Globalmente, en terminos militares, existe consenso acerca de la victoria de las fuerzas sirias de Al-Assad apoyadas por Rusia e Irán, independientemente de cómo maniobre Erdogan. Aislada internacionalmente, librando dos guerras en Siria y Libia, con tensiones con EEUU y ahora con Rusia, con el mundo árabe y con Europa, Turquía dice defender sus intereses vitales y reivindica ser anfitrión y no un invitado en Idleb. Además, presiona a Europa jugando la carta de los refugiados. Pero la realidad –y la geografía– indica que es Siria la que se está defendiendo ante la invasión de Turquía. Agrediendo a otro país en su territorio no se puede invocar el artículo 5 del Tratado de la OTAN según el cual si un miembro del club es atacado lo son todos su miembros. EEUU retóricamente apoya a Turquía pero, a pocos meses de las elecciones presidenciales, no tiene apetito para una guerra abierta y le basta con el control del petróleo y gas del este de Siria.

Al margen de las bravuconadas de su presidente, Ankara no tiene la capacidad de sostener una guerra turco-rusa que nunca podría ganar. Debe imponerse el esfuerzo para facilitar unas negociaciones que impliquen la retirada de las fuerzas militares turcas de Siria y abran paso al regreso de la vía diplomática.

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