Está claro que el retorno no será «lo mismo sin coronavirus»

Es un ejercicio mental sencillo pero impactante. ¿Dónde estábamos hace apenas una semana? En ese momento se estaban cerrando las puertas de miles de casas en Euskal Herria y en todo Europa, sin mucha conciencia sobre cuándo ni cuánto se abrirían. En aquel punto, la consciencia sobre la enfermedad era aún sorprendentemente escasa. Los gobiernos seguían haciendo control de daños, pero más de daños políticos que sociales.

Por otro lado, era momento de despedidas con la incógnita de hasta cuándo y cómo será. La mayoría se dio cuenta más tarde de que, para un rato, habían tocado por última vez a sus allegados. Inmediatamente se activó una red de cuidados familiar y comunitaria. Nada está perdido si prevalecen valores como la solidaridad.

Esto lleva a pensar dónde estábamos emocionalmente, que no es sino una etapa muy prematura de lo que está por llegar. En una sociedad que aprende lentamente a gestionar las emociones y donde la enfermedad mental sigue siendo un estigma que se trata en familia, ese proceso interno y a la vez comunitario requiere de mucha atención. Eso sí, si no se es consciente de los privilegios, se corre el peligro de ser injustos y egoístas.

Todo esto, siempre hablando de la gente a la que el Covid-19 no ha alcanzado aún, o de las familias que no requieren atención sanitaria. Más se acerca alguien a la enfermedad, más crece el miedo. Paradójicamente, también el heroísmo. El personal sanitario trabaja a destajo y en condiciones inadecuadas, con el objetivo de frenar la pandemia, antes de que el sistema sanitario colapse y todo se vuelva mucho más grave. Hace una semana no se veía que en cuatro días la comunidad sanitaria y la sociedad vasca deberían hacer el duelo por la primera enfermera muerta a consecuencia del coronavirus.

Prepararse para cambios disruptivos

Más allá de física o emocionalmente, en clave de pensamiento o, si se prefiere, en un profundo sentido político, ¿dónde estábamos hace una semana? ¿Dónde estamos ahora? Y, sobre todo, ¿hacia dónde vamos?

En general, la sociedad vasca está adquiriendo día a día una mayor consciencia sobre las dimensiones de esta crisis y las tremendas consecuencias que tendrá en la política, la economía, la cultura y en las relaciones humanas. Frente a la perspectiva cortoplacista de los políticos conservadores, lo que salga de aquí no va a ser «lo mismo sin coronavirus».

La «nueva normalidad» no será volver a recuperar el funcionamiento habitual de ambulatorios y hospitales, ni mantener la inercia parlamentaria, ni encender las máquinas de las grandes fábricas o las luces de los pequeños comercios. Ni siquiera puede ser ya un «reset», como cuando se bloquea un ordenador y, tras intentar reiniciarlo, se le corta la corriente. Ese retorno a la actividad sucederá, sin duda, pero el escenario será necesariamente distinto.

Para empezar, porque mucha gente no podrá volver sin más. Unos porque en el camino habrán perdido seres queridos; otras porque habrán perdido el puesto de trabajo o cerrado el negocio; algunos porque saldrán reformados o revitalizados de esta experiencia y otras muchas personas porque tendrán trabajo para recuperarse en todos los ámbitos.

El sentido del cambio profundo que vendrá dependerá, además de hacer bien las cosas ahora y mitigar los daños del coronavirus, de utilizar esta pausa para pensar en clave estratégica. Dependerá de la capacidad de la sociedad vasca para articular desde ya alternativas a tantas cosas que no funcionaban tan bien como algunos decían. Dependerá de cambiar de lógicas para afrontar retos de dimensiones gigantes, el más evidente la crisis climática. En medio habrá una fase de profundo enfado y de crítica a la cadena de errores que ha abierto la puerta al desastre por no cerrar otras puertas a tiempo. Habrá que acertar en esa crítica, que probablemente tampoco responda a lógicas pasadas. El sistema económico, político y social intentará reinventarse, así que la alternativa no podrá ser menos. La ambición revolucionaria debe estar a la escala de esta crisis y de las que le sigan.

En esta pausa forzosa, hay que tomar conciencia de los cambios que vienen y a la vez elevar el techo aspiracional de la sociedad vasca. Es tiempo para deliberar una sociedad con servicios de calidad, que cuida a la gente, en pie de igualdad. Una sociedad con más médicas y enfermeros, más profesoras y tenderos, y sin militares ni reyes. Una república de personas libres y sanas.

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