Golpe militar en Bolivia, un aviso para América Latina

El golpe militar contra el presidente Evo Morales se ha consumado en Bolivia. Y no solo constituye un atentado contra la democracia del país andino, contra los pobres, los campesinos y los indígenas a los que tanto empoderó el presidente derrocado. Tras Paraguay y Brasil, el golpismo vuelve a golpear con fuerza en la región. Esta vez ha sido un golpe que no ha necesitado de un juicio político exprés como el que derrocó al expresidente paraguayo Fernando Lugo, ni de un impeachment fundado en delitos inexistentes como el que construyeron contra Dilma Rousseff. Ha sido sin disfraz institucional, al estilo tradicional, en una maniobra que parece calcada a las que se dieron contra Salvador Allende en Chile o contra Hugo Chávez en Venezuela.

El de Bolivia ha sido un golpe militar clásico. Todo empezó con una campaña nacional e internacional de desprestigio, de destrucción de la reputación del líder popular, presentándolo como un dictador, un ladrón o un ignorante, combinando esas ideas con mensajes de odio hacia los indígenas y los pobres. Luego llegó la intervención de turbas, de las bandas de sicarios para escarmentar al pueblo, saqueando propiedades de familiares del presidente, encadenando a periodistas a postes, rapando y pintando de rojo a una alcaldesa o destruyendo las actas de las pasadas elecciones. No podía fallar el apoyo de EEUU.

El golpe no solo trunca mediante el uso de la fuerza bruta y la usurpación del poder uno de los procesos políticos más exitosos de toda la región. Vuelve a abrir la puerta al golpismo que tanta sangre derramó, justo cuando la victoria peronista en Argentina, la liberación de Lula y la revuelta popular en Chile y Ecuador indicaban que era posible otro ciclo progresista. El golpe de estado contra Morales pretende decretar el final de la posibilidad de victoria en las urnas para los proyectos populares y antioligárquicos. Constituye un grave ataque contra toda América Latina y un aviso para la izquierda internacionalista.

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