Hay que cortar la masculinidad tóxica que reina en las fiestas

Llegan las fiestas a Euskal Herria y con ellas se encienden las alarmas por la violencia sexista que en el contexto festivo sufren las mujeres. Cada año se afinan más los protocolos y crece la conciencia social. No obstante, sigue habiendo una gran resistencia por parte de algunas administraciones a combatir el sexismo en fiestas, porque anteponen la imagen de la ciudad a la seguridad y la libertad de la mitad de su población.

La buena noticia es que estas posturas no cotizan socialmente. Enrique Maya ha tenido que retractarse de su intención de desvirtuar el protocolo contra las agresiones sexistas que ha funcionado en Iruñea. Otras instituciones han tenido que aplicarse y comenzar a desarrollar esos protocolos.

Buen tiempo para la insumisión de género

En pocos contextos es más sencilla la revisión de los privilegios y de lo que significa una masculinidad tóxica que en el contexto de las fiestas. Es fácil identificar las actitudes y las perspectivas profundamente erróneas, perversas y ventajistas, en muchos casos simplemente asquerosas, que en estas fechas mantienen muchos hombres. Todo el mundo reconoce esa manera tan peculiar de hacer el cretino, de envalentonarse, de imponerse. Es fácil ver cómo se enciende el furor bengalero, testosterónico, esa incontinencia «lolorololo».

Se pone como excusa el consumo de drogas, pero eso supone no querer entender unas cosas y legitimar otras. En fiestas, en muchos ámbitos, crecen la camaradería excluyente, la segregación por sexo y el acoso. De igual modo se expanden el sexismo, la homofobia, la lesbofobia y la transfobia, que en diferentes momentos pueden llegar a ser declamadas en alto, sea en versión melódica o directamente chillada. Es una violencia inaceptable.

Las pasiones y las hormonas son otro tipo de excusas. Ese cortejo que se vende como natural, cuando no es más que un mandato de género que terminará por explotarles a quienes los cumplen y salpicar a todo el que esté alrededor. Precisamente en uno de los momentos del año donde más margen hay para el placer, una sexualidad mal entendida y mal vivida estalla e intoxica todo lo que pilla, generando una profunda frustración.

Por todo ello, para los hombres vascos las fiestas son un contexto perfecto para ejercer la insumisión a los mandatos de género. No requiere un trabajo introspectivo salvaje ni una gran formación. Para eso queda el resto del año. En fiestas, basta con proponerse cambiar de hábitos y actitudes. Es suficiente con no darse permisos especiales que rompan con lo que se piensa y defiende en general. El excepcionalismo festivo no tiene justificación alguna.

Las fiestas también son un buen momento para la educación en valores. Los hijos sanos del patriarcado tienen que ver que son desagradables, que generan rechazo, que no tienen futuro. Y es mejor que salgan de casa con la lección aprendida. Hay que ponerle cortafuegos al terror sexista. De igual manera que las chicas tienen que tener una conciencia y unas nociones feministas para identificar lo que se pueden encontrar y poder gestionarlo de la mejor manera, con redes y autodefensa, los chicos deben salir de casa aleccionados, conjurados para no ser la clase de machos para la que en gran medida están programados socialmente.

Hay que entender que esto no es un juicio particular, sino un combate comunitario contra un sistema profundamente injusto. Y que es responsabilidad de todo el mundo hacer lo que está en sus manos para cambiarlo. Hay que quitarle espacios al sexismo. En todos los ámbitos de la vida, también en el de las fiestas.

Todo esto tiene que ir acompañado de políticas públicas eficaces. Y de una voluntad de cambiar estructuras comunes, no solo actitudes particulares. Las personas y las instituciones pueden cambiar, pero no lo harán por inercia. Como señala hoy en GARA la directora del INAI, Eva Istúriz, hay que poner en valor el trabajo realizado sin por ello bajar la guardia.

Malas noticias: se han acabado las medallas. Todo esto hay que hacerlo sin aspirar a un reconocimiento desproporcionado, porque básicamente no es nada más y nada menos que intentar hacer las cosas bien. Y hacer las cosas bien es aspirar a actuar de manera feminista, que en este terreno coincide con una postura empática, no juzgadora, igualitaria, respetuosa, abierta, placentera y compartida. Y que cada cual viva la fiesta como quiera, sin miedo y con libertad.

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