La empatía entre víctimas, más que una lección para los partidos

A menudo se subraya que en casi todas las culturas del mundo y en los conflictos más enconados se mantiene una base mínima de respeto a los adversarios fallecidos, aunque en vida se les hubiera considerado directamente enemigos. Habrá excepciones, pero en la parte geográfica y cultural del planeta que corresponde a este pequeño país esa afirmación se puede dar por buena, como ha demostrado sin ir más lejos esta semana la despedida a Xabier Arzalluz. Sin embargo, este miércoles se cumplirá un año de la muerte en prisión de Xabier Rey Urmeneta «Antxo» y ese principio será vulnerado del modo más miserable y menos explicable.

Una delegación de un Gobierno español que se llama a sí mismo progresista y humanitario y un tribunal navarro han determinado que un acto de recuerdo supondría un «elogio a un miembro de ETA» y por tanto «una ofensa a las víctimas del terrorismo». Muchas falsedades o medias verdades en tan pocas palabras: despedir es diferente a elogiar, Rey en ese momento era básicamente un preso machacado por condiciones carcelarias extremas y se mire por donde se mire no hay ánimo de ofensa alguno en esa convocatoria.

La prohibición delata, en realidad, toda la capacidad de tergiversar hechos, enquistar problemas y aumentar sufrimientos que conlleva la práctica política creada por décadas de conflicto. Denota, sobre todo, una falta de empatía brutal.

De Aristóteles a Alcaraz

Empatía es el concepto más subrayado en todas las recientes iniciativas por la convivencia y la reconciliación que brotan en municipios vascos (memorias compartidas) o entre víctimas de los dos lados (con el Foro Social como acicate y facilitador). Esa empatía se formula como la capacidad de percibir, compartir y comprender (en un contexto común) lo que otro puede sentir, preocupándose por sus experiencias. Hay que irse a la filosofía griega para buscar sus raíces. Cuando Aristóteles definió al hombre como «animal político» que vivía en comunidad, hablaba de empatía, de la capacidad de entenderse que sustenta necesariamente la convivencia.

En nuestro espacio de conflicto, ese zoon politikón griego ha sufrido una mutación durante décadas: la empatía ha sido sacrificada en el altar no ya de la política, sino de la politiquería. Algunas asociaciones estatales con un sesgo muy marcado han acaparado el dolor para ejercer de «lobby» ante gobiernos atrapados voluntaria (PP) o a veces involuntariamente (PSOE) por chantajes que presentan como morales pero son en realidad políticos. Basta recordar cómo, ahora va a hacer justo quince años, dirigentes de la AVT defendieron la patraña de la autoría de ETA en la masacre del 11M. Su presidente y portavoz era Francisco José Alcaraz. Ahora es el primer senador de Vox y su primera actuación en esa cámara ha sido vetar una declaración institucional apoyada por todo el resto del Senado que elogiaba el deporte como «espacio amable que ofrezca a las personas LGTBI recursos para una práctica inclusiva, segura y libre de discriminación». Carecer de empatía es un grave problema, como se ve. Hasta Aristóteles estaría espantado de en qué deriva a veces su «animal político».

El valor de la declaración de Etxerat

Pero salgamos de la tinieblas a la luz. En un contexto en que el Gobierno Sánchez ha concedido derecho de veto sobre la política carcelaria a estos grupos, e incluso ha pretendido que el de Macron también se ate las manos con su cuerda, la empatía es la vía por la que transitan los reencuentros de hoy y las soluciones de mañana. La declaración hecha pública el viernes por Etxerat y saludada el mismo día por víctimas de ETA tiene el valor añadido de proceder de un colectivo máximamente victimizado. En su seno sin duda habrá habido quien se pregunte por qué hay que empatizar con el sufrimiento ajeno cuando el propio es despreciado, por qué aceptar a otras víctimas cuando ni siquiera los 16 muertos por la dispersión son reconocidos, o por qué los familiares tienen que expresar disculpas si su situación no ha sido elegida. Esas justificaciones, excusas si se quiere, han sido barridas por valores superiores como la empatía y objetivos mayores como la convivencia.

Por ese camino hay mucho espacio para avanzar. Entre víctimas y sobre todo entre políticos, porque ¿quién entiende que quienes no han sufrido impongan sus desacuerdos a los acuerdos de quienes sí padecen?

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