La justicia, el orden y la ley

No hay que ser Evaristo Páramos para sentir un profundo rechazo –seguramente él diría directamente asco– por el sistema judicial y político español. Mirando a lo sucedido esta semana, es obligatorio preguntarse cómo puede soportar un sistema político tanto clientelismo y corrupción, semejante nivel de descomposición. Cómo se puede defender un Estado de Derecho tan degenerado. Cómo pueden unos lobbys totalmente opuestos al interés común tener un poder casi absoluto. Cómo en Europa una democracia puede ser de tan baja calidad como la española. Y cómo puede ser tan arrogante un Estado tan miserable.

Policías que son un peligro público

El tradicional consuelo de muchos vascos, ese que reza que aquí las cosas son diferentes, no es un buen agarradero esta semana. El juicio por la muerte de Iñigo Cabacas ha sido un escándalo. Ha mostrado un cuerpo policial y una parte del poder judicial dedicados a entorpecer la justicia en vez de a esclarecer los hechos, a exculpar a los responsables en vez de a averiguar quién disparó y quién o quienes ordenaron hacerlo.  

Estos policías han buscado de todas las maneras posibles quedar impunes por la muerte de un joven que fue víctima de sus prejuicios y de su negligencia. Que murió por el impacto de una pelota de goma lanzada «en horizontal» por uno de ellos, en una carga que fue ordenada por un responsable, tal y como ha quedado acreditado en el juicio. Mientras, la Fiscalía miraba para otro lado. ¿Cómo puede sostener que no hay delito en esta muerte? ¿Ningún delito, ni la más mínima negligencia?

Ha sido todo tan obsceno que incluso ha escandalizado a muchos defensores del «orden y la ley». Al escuchar algunos de los testimonios de los policías, han sentido que las libertades, los derechos y la seguridad de la ciudadanía está en manos de personas peligrosas, de cargos negligentes e irresponsables. Ni siquiera «la gente de bien» puede defender a estos policías.

Sea cual sea la sentencia, la Ertzaintza ha salido dañada por su escasa profesionalidad y por sus códigos antidemocráticos. Por eso y porque sus responsables políticos no han estado a la altura de esta tragedia, ni a nivel político ni a nivel humano.

En el otro lado de la balanza, Fina Liceranzu y Manu Cabacas han conmovido a la sociedad vasca, han rescatado la memoria de su hijo y han demandado muy poco: el mínimo respeto y algo de justicia.

Banqueros estafadores y tribunales políticos

Si la Policía parece intocable en este sistema, haga lo que haga, la banca puede hacerlo por ley. La decisión del Tribunal Supremo español de enmendarse a sí mismo en la cuestión de las hipotecas para defender los intereses de los bancos frente a los clientes es inasumible. El argumento de la «enorme repercusión económica y social» que tendría que los bancos pagasen ese impuesto, sobre un acto jurídico obligatorio del que ellos son beneficiarios, muestra hasta qué punto los bancos son sistémicos en el peor de los sentidos.   

La presión social está haciendo que los políticos revisen sus posturas sobre esta injusticia legalizada. No hay que ser punki para defender que el sistema bancario no puede seguir privatizando las ganancias y publificando las pérdidas. Estamos hablando de bancos rescatados por sus malas praxis con dinero público que no han devuelto. Cuando Adam Smith hablaba de la mano invisible del capitalismo no se refería al Tribunal Supremo.

No todos son iguales ante la ley

Ese mismo tribunal juzgará pronto a los líderes catalanes por atender a un mandato democrático y permitir a la sociedad votar. Están encarcelados y son acusados de una violencia a todas luces inexistente. Un relato muy español que responde a la razón de Estado, pero que es tan falso como que los líderes independentistas vascos seguían una estrategia violenta. Cuando Otegi y sus compañeros fueron arrestados, en realidad ya habían hecho una autocrítica histórica y estaban desarrollando una estrategia pacífica y democrática. En su horizonte político estaba un nuevo escenario, basado en el principio rector «todos los derechos para todas las personas».  

La historia les ha dado la razón: todo lo que estaba en su mano ha ocurrido tal y como dijeron que pasaría, incluso su condena. También dijeron que no tuvieron un juicio justo, y así lo ha sentenciado Estrasburgo. Lo que dijeron los gobiernos españoles y sus tribunales, sin embargo, era mentira. Y ni mil sentencias les harán revisarse esa tendencia a la negación y a la injusticia.

Como diría Evaristo, «¿Por qué vuestro orden necesita de la fuerza? / ¿Por qué golpeáis y destrozáis cuerpos y mentes?». Tras esa fuerza hay una gran debilidad.

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