La ley del más fuerte, también en el comercio

El Gobierno de Estados Unidos decidió imponer aranceles a una lista de 818 mercancías y dejar pendiente su implantación a otros 284 productos, todos ellos importados básicamente desde China. El Gobierno de Pekín anunció inmediatamente que responderá de manera simétrica. Subrayó que no quiere una guerra comercial y acusó de miopía al Gobierno de Donald Trump. Las dos mayores economías del mundo se encuentran ya al borde de una guerra comercial.

La decisión llega después de varias sesiones negociadoras entre los ejecutivos de ambos países, en las que, al parecer, se habían logrado algunos avances. Se suma, además, a los aranceles impuestos recientemente a las importaciones de acero y aluminio que afectan sobre todo a la Unión Europea, Canadá y México. El argumento usado en esta ocasión no es el de la seguridad nacional, como en el caso anterior, sino el de apropiarse indebidamente de la propiedad intelectual. Todo indica que el problema no es que los demás hagan «trampas», sino que el Gobierno de Estados Unidos quiere reestructurar sus relaciones comerciales con el resto del mundo –especialmente con China– y para ello echa mano de los instrumentos y razones más convenientes en cada caso. Actuando de esta manera, Trump está socavando las actuales reglas sin ofrecer otras a cambio. Su predecesor, Barack Obama, con el mismo fin de frenar a China, propuso reformular las reglas proponiendo un nuevo marco comercial mediante los acuerdos TTIP con Europa o TPP en el Pacífico. A juzgar por el cambio de estrategia, el resultado de aquel intento no parece que haya satisfecho a las élites de Estados Unidos.

La disputa entre las dos economías más poderosas del mundo continúa enconándose. No obstante, más peligroso que la guerra comercial que puede desatarse con este tipo de decisiones es el nuevo marco que se está creando por la vía de los hechos, donde la única regla que adquiere validez es la de la voluntad del más fuerte.

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