La política española suena solemnemente ridícula

Un Parlamento es una cosa muy seria, tan seria como la política, tan seria como la democracia. Y por solemnes, intensos y gesticulantes que en jornadas como la de ayer se pongan sus dirigentes, la política española, su Parlamento y su democracia, no suenan serias. Suenan ridículas y teatrales, mucho más allá de la dramatización que implica todo protocolo. Tan ridículo como Albert Rivera citando a John F. Kennedy. Tan teatral como Antonio Hernando recitando un guión… u otro. El que no finge en su réplica es Rafael Hernando, despiadadamente chulo y humillante, símbolo cómo pocos de quiénes son y qué es hoy por hoy el Partido Popular.

Aun siendo un Estado en crisis estructural y en descomposición institucional, el Estado español no tiene estadistas, solo funcionarios en excedencia que desean pasar de servilleta a mantel. Sus partidos no tienen más estrategia que la subsistencia, son incineradoras humanas y de ideas. La gran mayoría de sus líderes no tienen más principio que defender los intereses de esa minoría privilegiada a la que ya pertenecen o ansían pertenecer. Su principal capacidad política es la del veto. Incluso en eso, hay quien se lo cede al adversario, como ha hecho el PSOE en favor de Mariano Rajoy, del PP.

Ese PP es heredero orgulloso del franquismo, un partido erigido sobre la corrupción institucionalizada, una derecha rancia como pocas en los parlamentos europeos, una casta con una agenda represiva y liberticida, retrograda y cruel con las clases populares. Un partido hegemónico en España que desprecia a vascos, catalanes y gallegos, pero que impide que decidan libremente su futuro, que reprime por todos los medios esa voluntad democrática. Una fuerza mafiosa y profundamente antidemocrática.

El PSOE es, sencillamente, patético y agramatical. Ha aupado a ese PP y quiere comprensión y cariño. Ayer le recordaron el GAL y se ofendió, con un orgullo que no le ha salido para nada más. Si no entienden a sus diputados catalanes cómo van a entender a las mayorías catalanas. Fingen agravio y dan pena. Solo lo lastimoso de algunos puede hacer brillar a un mediocre como Pedro Sánchez, hacerle parecer el líder que ya ha demostrado que no puede ser. Agramatical.

Y en este contexto, Unidos Podemos muestra más frustración que fuerza. Su estrategia para imponer su razón ha pasado por alto que España se rige desde hace muchas décadas por otra razón, la de Estado. Les toca revaluar su estrategia, porque es evidente que, tal y como ya se ha señalado aquí una y otra vez, en la metrópoli no hay condiciones ni objetivas ni subjetivas para la democratización del Estado español.

El espectáculo dado ayer en Madrid es insólito y vergonzoso. En 2016, tras casi un año en funciones, Mariano Rajoy ha logrado volver a ser presidente, pese al terrorífico balance de la legislatura anterior y sin mayoría, gracias al apoyo miedica del PSOE. Más allá de polémicas necias, ese es el resumen.

Taras contagiosas y alternativa
Desde la perspectiva de la sociedad vasca, de sus mayorías, todas estas afirmaciones son tan obvias que, en sí mismas, resultan también ridículas. El problema precisamente es ese: que las taras españolas, desde las más banales como la falta del sentido del ridículo hasta las más graves como el empobrecimiento progresivo, son peligrosamente contagiosas. Siempre que, como nación y como una sociedad con aspiraciones radicalmente diferentes de las españolas, no se establezca un programa político amplio y claro para liberarse de su tutela antidemocrática, de sus ridículos debates, de su asfixiante agenda y de sus nefastas inercias.

Uno de los mayores peligros de contagio de la sociedad española es el del miedo. Y, en cierta medida, ese sentimiento rige parte del discurso oficial sobre la diferencia vasca y afecta a su ciudadanía. El miedo a perder lo logrado, a confrontar políticamente, a disgustar al poderoso… son partes cruciales de ese discurso oficial. Pero el miedo a perder suele provocar, precisamente, perder. Visto lo visto, esta no es una fase para resistir. Incluso si se busca preservar, cualquier estrategia conservadora tiene un recorrido corto. Ante este escenario, en perspectiva de nuevos recortes y mayor centralización, hay que reforzar una estrategia independentista unilateral y eficaz. Todo lo demás nos expone a mayor dependencia… y a un ridículo que ya no será tan ajeno.

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