La segunda ola en residencias, un fracaso comunitario

Este fin de semana se habrán superado las cien personas muertas en residencias de mayores en Euskal Herria, dentro de la segunda ola de la pandemia del coronavirus. Es una tristeza terrible para las familias, una impotencia absoluta para los y las trabajadoras y una tragedia para la sociedad vasca. No hemos sido capaces de prepararnos como debíamos y se ha permitido que se repita esta situación. Sin escándalo, sin apenas más denuncia que la de las familias afectadas, sin que nadie rinda cuentas por algo que, si bien no se podía haber evitado del todo, se podía haber mitigado.

Cien son un 10% de las muertes que hubo en primavera. Pero en porcentaje también son en torno a la mitad de las muertes actuales por covid. Una de cada dos personas que ha muerto en estos dos meses en Euskal Herria estaba en una residencia. Y no se puede olvidar que de las en torno a mil personas que murieron por covid en primavera, muchas lo hicieron sin diagnóstico ni autopsia. Y sin poder despedirse de sus seres queridos, con un duelo difícil de arrancar. Están por ver las consecuencias psicosociales de semejante trauma, tanto entre familiares como entre los y las trabajadoras.

El primer envite fue una escabechina en esos centros, impotentes ante un virus del que no se sabía cómo se expandía y al que no se podía combatir con los recursos habituales. Un virus que es particularmente implacable con las personas mayores. Sigue habiendo incertidumbre, pero los contagios de ahora se dan en condiciones reconocibles. Estas muertes indican claramente errores en la gestión y las instituciones vascas deben rendir cuentas, empezando por las diputaciones.

En un futuro, al hacer un balance más serio y sin la presión de estar conteniendo al mismo tiempo la virulencia del covid-19, solo se sabrán estimaciones. En parte por la dificultad de tener datos reales, pero también porque se manejan las cifras para limitar daños políticos. Las instituciones vascas tienen un serio problema con la falta de transparencia. La desconfianza social que provocan abre la puerta a escenarios peligrosos.

No dar debates o que la realidad los supere

La miniserie “L'effondrement” (“El colapso”), que narra la vivencia de un escenario apocalíptico del que se desconoce el origen, tiene precisamente un capítulo dedicado a las residencias. Cuenta el abandono de las personas mayores y dependientes, el compromiso de uno de los cuidadores y los dilemas a los que se enfrenta cuando la esperanza desaparece: los cuidados, el dolor, la soledad, la supervivencia, el egoísmo, la muerte, las voluntades, la eutanasia… Son temas vitales para el desarrollo humano y social en el mundo que viene.

Quizá no sea el momento de dar estos debates transcendentes. Quizá la sociedad no esté preparada para resistir y avanzar a la vez, y solo eso ya debería ser objeto de reflexión. Pero lo que no se puede es asumir los hechos consumados como consensos. Las excusas de «son viejos» o «iban a morir de todas formas» son despiadadas e irresponsables. Si el escenario priorizado es asumir un número de muertes, hay que ser honesto y ponerlo encima de la mesa. Euskal Herria no es España, pero tampoco debería renunciar a ser un país avanzado. Ni en gasto sanitario y social, ni culturalmente.

Un último apunte. Esta pieza editorial no es un reproche. Es una autocrítica comunitaria. Los medios tampoco hemos señalado como debiéramos el riesgo de repetir errores. En ocasiones, hemos seguido o propiciado debates necios, en vez de concentrarnos en temas importantes como este. Por pudor, por pereza, por incredulidad, por lo que sea, a diferencia de con otros temas, no hemos logrado poner las residencias en la agenda.

Aquellos que han actuado bien, en algunos casos con grandes sacrificios, lo mismo entre familiares que entre trabajadores o gestores, deben felicitarse por ello. Ese orgullo, tan presente entre los profesionales esenciales, ha permitido «llegar hasta aquí», como decían el viernes los y las sanitarias. Incluso quienes no han acertado, deben ser justos y no culpabilizarse más de lo humanamente asumible, porque era muy difícil.

Pero los datos dan poco margen al consuelo: muchas cosas se hicieron mal en relación a las residencias en primavera y, pese a estar escrito en todos los informes, se han vuelto a cometer errores. No es una cuestión personal, ni tiene salida individual, por mucho que este sistema propicie esa perspectiva. Estas muertes interpelan a la sociedad vasca y a sus instituciones para actuar.

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