Las costuras de la Unión Europea se resquebrajan

El pasado mes de octubre la Unión Europea cerró las puertas a la adhesión de Albania y Macedonia del Norte. La decisión fue tomada a instancias del Estado francés, justo después de que Macedonia cumpliera la exigencia de la UE de modificar su nombre. Algo que hizo tras un largo proceso de negociación con Grecia y un posterior referéndum celebrado en setiembre que no alcanzó el 50% de participación preceptivo. No obstante, el Parlamento de Macedonia obvió ese detalle y optó por ratificar el resultado de la consulta en octubre. Lo más llamativo es que nadie en la UE haya reprochado a Macedonia la ausencia del quorum necesario en la consulta, haciendo de ese modo buena la doctrina de que los fines –cuando son favorables– sí justifican los medios, incluso cuando la legitimidad democrática –de la que tanto presume Europa– queda en cuestión.

En esta tesitura los países que conforman los Balcanes occidentales, Albania, Serbia y Macedonia del Norte han empezado a esbozar un mercado común propio. Como primeros pasos han acordado un permiso de trabajo único, la libre circulación con un simple documento de identidad, así como la simplificación de los procedimientos aduaneros. Tras su acuerdo, el presidente serbio, Aleksandar Vucic, dejó claro el deseo de sus países de formar parte de la Unión Europea, para reconocer a continuación que la cuestión no depende de ellos, sino de la Unión. Todo un síntoma de la profunda crisis que vive el proceso de construcción europea, cada vez más evidente en las constantes contradicciones entre las declaraciones de sus líderes.

La estrategia de continua ampliación de la UE fue alimentada por la ilusión de ofrecer un futuro económico mejor. La llegada de la crisis económica echó por tierra todas las ilusiones que había despertado, dejando al descubierto las profundas contradicciones que encierra un proyecto de Unión construido sobre la economía, pero que adolece de un proyecto político para Europa.

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