Los reaccionarios parten del miedo, pero ante todo del suyo

Ni mucho menos en exclusiva, porque se corresponde con tendencias globales ante las que no cabe el despiste, pero Euskal Herria vive un momento político interesante, con oportunidades y riesgos que pueden marcar la nueva fase política. Tras muchos años vaticinándolo, la descomposición del régimen del 78 es ya un hecho incontestable. Sin embargo, la quiebra de ese nefasto consenso está mostrando escenarios que sorprendentemente casi nadie contemplaba.

El espanto provocado por los resultados de las elecciones andaluzas ha reavivado el debate público sobre el auge de la ultraderecha y las formas de pararla. Es importante acertar en la premisa principal. Es cierto que hay una conexión entre el fenómeno Trump y Bolsonaro, entre la deriva polaca y húngara, entre Le Pen y en triunvirato Casado-Rivera-Abascal. Pero la genealogía de este auge en el Estado español parte del falangismo y el franquismo. Los diez millones de votos que tenía de suelo y techo el PP se diversifican en estructuras de poder que ofrecen otro juego político. La operación que nace con UPyD y se desarrolla con Ciudadanos tiene efectos perversos, seguramente mal calculados y sin duda incontrolables. Pero nada es tan nuevo aquí. El artículo 155 se aplica en la versión redactada por Manuel Fraga y el sumario contra el independentismo catalán sigue los patrones de la estrategia antinsurgente de José María Aznar y el Foro de Ermua para el conflicto vasco. Que nadie se engañe ni intente engañar al resto. Que no intenten tapar las huellas de su concertación.

Claro que el cierre del conflicto vasco, el proceso soberanista catalán o la revolución feminista desatan el miedo y la ira de los reaccionarios. Quienes defienden la democracia, la paz, la igualdad y la libertad deben sentirse orgullosas de que sus luchas provoquen esos miedos. Evidentemente, deben calcular cómo combatir a esas fuerzas totalitarias, con inteligencia y perseverancia.

Pánico a la libertad

La derecha española se sacude los complejos y se quita las caretas, al menos ante quienes no lo querían ver. Lo acompaña de un rearme ideológico en clave antidemocrática, misógina, homófoba, racista, clasista, ultrarreligiosas, neoliberal y violenta. Aquí sí que funcionan los referentes globales que los homologan. Compaginan una chulería extrema con un victimismo sin límites. Manejan discursos de odio que activan miedos y rabia, sentimientos que conectan con la naturaleza humana en su vertiente reaccionaria. Son mentirosos compulsivos. Son fascistas y liberticidas.

Esa aversión a la libertad es precisamente su punto más débil. Allá donde existen tradiciones emancipadoras consolidadas y de amplio espectro van a sufrir. Porque en estas sociedades la hegemonía social no pasa por los dogmas de la transición y sus estructuras de poder, desde la judicatura hasta la monarquía. La independencia es aquí una alternativa real y su mayor temor.

No ceder ante el fatalismo

Sería un error, no obstante, entender este conflicto en una clave nacional tradicional. La cultura democrática vasca ofrece armas políticas más ricas y eficaces. Por ejemplo, si el machismo y la misoginia son estandartes de esta derecha, el feminismo debe serlo de nuestra cultura política nacional. Este es uno de los temas en el que los miedos de los reaccionarios aparecen más cristalinos: pánico a perder los privilegios, a que su violencia no quede impune, a que su modelo de familia no prevalezca sobre el resto, a una sexualidad libre y sana… Esta lucha va tanto de soberanía y derecho a decidir como del 8 de marzo o Skolae. Y de otras tantas luchas por la libertad desarrolladas en base a una realidad sociopolítica propia que se puede decantar democráticamente.

Aunque leyendo sentencias como las de La Manada de esta semana parecería lo contrario, el debilitamiento de la justicia patriarcal es profundo y su final en cierta medida inevitable. En la sociedad vasca ese machismo es insostenible. Solo el pensamiento conservador y fatalista, cederles un poder que ya no tienen, puede hacer que los reaccionarios reunan fuerza suficiente para parar el cambio político y social que haga de estas sentencias historia. Sin minusvalorar en nada el terror sexual que provocan, ellos tienen más miedos.

En las cuestiones políticas centrales, no es momento de resistencia y conservadurismo. El miedo es suyo y el coraje de quienes luchan por la emancipación.

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