No al genocidio ni al blanqueamiento de Israel

Desde la entrada de la Vuelta a España en Euskal Herria, junto a las habituales ikurriñas, un mar de banderas palestinas ha acompañado a los ciclistas. Anteayer, desde Erribera hasta los Pirineos en Nafarroa; ayer, en Bizkaia, la carrera fue interrumpida y la dirección de la Vuelta, ante las masivas protestas, se vio obligada a adelantar la meta, de modo que la ganadora de la etapa fue la solidaridad con Palestina, la denuncia del genocidio en Gaza. Las movilizaciones por esa causa se han centrado en la Vuelta, lo que molesta a quienes defienden que el deporte o la cultura no han de verse mezclados en política. 

Lo que ocurre, sin embargo, no es que la Vuelta y otros tantos eventos deportivos se vean envueltos en conflictos «que nada tienen que ver con el deporte», sino que esos eventos son parte de esos conflictos. Incluso quienes aseguran que son inocentemente neutrales lo vieron muy claro y comprensible nada más comenzar la invasión rusa de Ucrania, pero su doble rasero les impide ver la relación con el genocidio israelí en Gaza. Se trata de un fenómeno que consiste en la utilización del deporte por parte generalmente de estados que necesitan mejorar su imagen. Recibe el nombre de sportwashing; es decir, blanqueamiento a través del deporte, tal y como lo definió la lehendakari María Chivite, quien, al igual que otro lehendakari, Imanol Pradales, comprende las protestas. Ambos comparten la denuncia del genocidio, y es de agradecer que las máximas autoridades de una comunidad muestren en público esa sintonía con la sensibilidad de su ciudadanía. No obstante, en coherencia con esa postura, es patente la falta de gestos más efectivos. No se les pide que participen en un corte de carretera al paso de una carrera ciclista, pero sí medidas diplomáticas y económicas de sus respectivos Gobiernos, aun teniendo en cuenta sus limitaciones.

El blanqueo deportivo no es nuevo y, por ello, tampoco la necesidad de boicotear a un Estado infame, como hace pocas décadas al apartheid sudafricano, cuando también, además de parte de la comunidad internacional que lo justificaba, había voces que pedían respeto a la ignominia del racismo.

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