Pantallas y educación, hora de reflexionar

La digitalización de las escuelas o, dicho de otro modo, el uso de pantallas y nuevas tecnologías en procesos de aprendizaje, es un asunto que surge cada vez con más fuerza a cada inicio de curso. Las razones para poner la cuestión encima de la mesa tienen su peso: la disminución de la comprensión lectora de alumnos y alumnas es algo bastante generalizado, y hay países como Suecia y Dinamarca, entre otros, que han anunciado diferentes medidas para repensar y limitar un uso de las pantallas que muchos empiezan a juzgar como excesivo. Sobre todo, tras una pandemia que aceleró a la fuerza el tránsito al formato digital, sobre el que probablemente no se ha reflexionado lo suficiente.

Como ocurre frecuentemente en el ámbito de la educación, se trata de un debate más basado en apriorismos y opiniones que en hechos y evidencias, algo que, a menudo, genera puntos de partida confusos. Por ejemplo, como señala el profesor Telmo Lazkano en el reportaje publicado en estas páginas, no es lo mismo desarrollar competencias digitales –aprender a utilizar las nuevas tecnologías de forma segura, responsable y crítica–, que pretender enseñar el currículum entero de una asignatura a través de una pantalla. Lo primero resulta imprescindible, sobre lo segundo ha llegado el momento de abrir una reflexión basada en certezas ya contrastadas, como el hecho de que las pantallas no son el mejor medio para interiorizar conceptos básicos matemáticos, o que un libro y un lápiz facilitan una mayor concentración y la elaboración de pensamientos abstractos. Tampoco hay que confundir una educación personalizada con una individualizada. Las pantallas aseguran la segunda, no la primera.

Toca desterrar un tecnoptimismo naif y acrítico que ve en unas tecnologías pretendidamente neutras las nuevas autopistas hacia la educación y el conocimiento. Y toca hacerlo desde posiciones realistas, tanto a la hora de reconocer el potencial innegable de estas nuevas herramientas –para qué se usan, esa es la cuestión–, como de admitir que no se le puede pedir a la escuela que haga frente en solitario a retos y problemas que son de toda la sociedad.

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