Parar para avanzar y avanzar para abrir camino

Con los focos mediáticos interesadamente situados en la inflamada Barcelona nocturna de esta semana, las multitudinarias marchas por la libertad organizadas por la ANC han ido sumando unidades desde el miércoles hasta desembocar en la capital catalana como el Ebro desemboca en Deltebre: inmenso y liberador. Arribaron coincidiendo con la jornada de huelga y paro convocada en todo el país, y ambas iniciativas lograron en conjunto conducir la respuesta popular al atropello protagonizado por el Supremo a los cauces que han hecho de la causa independentista un motivo de inspiración para procesos emancipadores de todo el mundo. Catalunya lleva años siendo admirada por imágenes como la que regaló ayer, capaces de alterar el pulso a cualquiera.

La sentencia contra los líderes del procés ha llegado en un momento de impasse, marcado por las diferentes lecturas que las principales familias del independentismo hacen del momento actual y, sobre todo, del camino a seguir. Una divergencia a la que se suma la pugna por liderar ese espacio social, que se manifiesta cada día de forma más o menos descarnada. Pese a ello, la sociedad de Catalunya ha sabido movilizarse de forma masiva y unida contra lo que cree una injusticia, y ha mostrado que hay músculo no solo para dar respuesta a la venganza estatal sino para retomar todo aquello que quedó pendiente en 2017.

No debería olvidarse que fue la movilización de la gente, organizada y empoderada, la que logró hace más de un lustro que las instituciones se sumaran a una reivindicación que ya ha calado tanto en el cuerpo social catalán que resulta imposible agostar. En cierto modo, puede decirse que el proceso ha regresado a su esencia popular y disruptiva respecto a los modos de hacer política que existían antes, que también han imperado en cierta manera tras el 1-O. El de ayer fue un paro para seguir avanzando en un momento decisivo, en el que el pueblo catalán sabe que el único camino será aquel que él mismo sea capaz de abrir.

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