Retos: escuchar, realismo, asumir responsabilidad y dar sentido al cambio para ganar

La liberación de Arnaldo Otegi ha puesto al país ante un espejo en el que, después de seis largos años, se reconocen bajo una renovada luz sus virtudes y sus defectos, sus cicatrices y sus arrugas, sus miradas y sus sonrisas. Las expectativas de unos y los nervios de otros dicen tanto de Otegi como de ellos mismos, de lo que ha dado de sí el país en este periodo. Las loas, las impertinencias, los silencios… todo comunica, en algunos casos incapacidades, en otros deseos y en otros miserias. Muy humanas, pero miserias.

Precisamente, en su humanidad, Otegi no lo puede todo. Pero es en esa humanidad, en esa capacidad de empatizar cuando lo lógico sería tender a la revancha o al rencor, en la que el líder del cambio político en Euskal Herria aparece reforzado. Con tan solo dos declaraciones de apenas diez minutos, una breve entrevista en la radiotelevisión pública y el mitin de ayer en el Velódromo, ha revivido un escenario político que parecía comatoso. Ha elevado el nivel general del debate público, con conceptos distintos que ni unos ni otros han acertado a formular y que en su boca adquieren mayor profundidad y credibilidad, ha marcado la agenda propia y ajena, ha señalado el rumbo y ha dado un renovado sentido a la estrategia que diseñó, junto con sus compañeros y compañeras, para abrir una fase política nueva para el país. Internamente, ha devuelto el orgullo y la ilusión a los suyos y, externamente, ha provocado un punto de histeria y un mal calculado menosprecio en sus adversarios.

Las comparaciones son odiosas…

Así que es mejor no hacerlas. Pero si se empeñan, no queda otra opción. Claro que Otegi no es Mandela, pero de momento lo que ha demostrado es que tampoco es Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Javier Esparza, Idoia Mendia o Iñigo Urkullu. Para empezar, y en esto hay una mayoría social y política que está de acuerdo en Euskal Herria, ha pasado los últimos seis años y medio injustamente encarcelado. Seis años en la cárcel por sus ideas, por ventajismo, por venganza, por su labor en favor de un escenario de paz y de derechos.

Independientemente de las preferencias ideológicas o de voto de cada persona, la diferencia entre el nivel intelectual, ético y político de unos y otros resulta evidente. Si no, todos serían iguales, todos serían Mandela. Ese democratismo antropológico resulta idealista y presuntuoso, necio. Cuando la mediocridad llega al punto de avergonzar a los propios, solo desde el complejo o el cinismo se puede negar que a uno le gustaría tener a un Otegi entre sus filas –o a más de uno–. Cuando menos, ahora que se ha destapado ese espejo, se debería reflexionar sobre lo hecho por cada uno durante su encarcelamiento y ser mínimamente autocríticos.
 
Tampoco resultan del todo sorprendentes estas posturas en mandatarios que tienen la hipocresía de reivindicar como referentes a Mandela o a Pepe Mujica –militantes revolucionarios y exprisioneros como Otegi–, mientras colocan concertinas en las fronteras, dejan a la gente sin vivienda o sin asistencia sanitaria, recortan ayudas sociales, desarrollan políticas represivas o niegan el derecho de la gente a votar su futuro. Tampoco son nuevas en dirigentes que hacen del arte de rebajar el nivel general su única manera de ejercer el poder.  

No solo es comunicar; es pensar, son ideas

Ayer, tanto en su capacidad de convocatoria como en la de conectar con la gente, Otegi demostró de nuevo sus dotes comunicativas. Pero es en las ideas, en su formulación, en el relato de esa estrategia y su proyección de futuro, donde resulta más potente.

Bajo el paraguas del sentido común, el realismo y la empatía, Otegi animó a escuchar, a asumir las propias responsabilidades, a poner en valor lo logrado, a la militancia política para cambiar las cosas, a preservar el legado y los valores de la lucha pasada. Vinculó pasado, presente y futuro, lo local con lo global, lo social y lo nacional. Se situó en lo mejor de su tradición política y lo hizo extensivo a sus nuevos compañeros. Su liberación ha liberado a su vez otras energías, generará nuevos líderes, abrirá nuevas vías, en su carril y en otros. Ahora está más claro: por eso lo tenían unos preso y otros olvidado.

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