Un país necesita atraer, que no retener, a sus jóvenes

Uno de los fenómenos sociales más masivos pero a la vez más desaparecidos en la agenda mediática y política vasca es el del éxodo juvenil. Esta semana se ha quebrado puntualmente ese silencio con la presentación de la iniciativa Itzulitakoak, enfocada a facilitar el retorno de jóvenes profesionales que han pasado más de tres años fuera y retornan a Euskal Herria, y sobre la que hoy GARA ofrece un extenso reportaje con testimonios. Para quien no perciba el problema, los datos hablan por sí solos: desde el año 2000 a la actualidad (después de la crisis de 2008 pero también antes, y en una dimensión muy similar), en torno a 200.000 jóvenes de los siete territorios vascos se han marchado al extranjero a estudiar o trabajar. Se dice pronto, pero equivale a que toda Donostia, Iruñea o Gasteiz hubieran hecho las maletas. Se han ido «en busca de oportunidades» según una expresión común y que resume bien que ese exilio habitualmente resulta más forzado que elegido.

Esta sangría en términos de país se acentuó en 2012 y 2013, cuando las estadísticas oficiales muestran que fueron muchos más los jóvenes de 18 a 34 años que abandonaron Euskal Herria que los que entraron, sumando vascos de origen retornados tras su ciclo formativo-laboral e inmigrantes jóvenes que escogieron este país para su proyecto de vida. Si bien en los años posteriores se ha recuperado un cierto equilibrio, para una pirámide demográfica como la vasca, poco piramidal ya puesto que su cuerpo central y superior es ya casi tan amplio como la base, ese desfase es un drama.

Los prismas del pasado no sirven

También será trágico, o al menos frustrante, para muchos de esos jóvenes, aunque para abordar este asunto antes que nada conviente descartar los apriorismos, la demagogia y también los paternalismos. «La generación más preparada de la historia» tiene sus virtudes y sus carencias, y «como en casa en ningún sitio» no es un axioma de obligado cumplimiento. Los jóvenes actuales básicamente hacen lo que debieron hacer todos los anteriores, buscarse la vida, en un contexto en que el mundo exterior les es muchísimo más próximo y en que la tecnología les ha hecho más individuales, lo que no significa necesariamente más individualistas. Pero ni la tradición familiar les predetermina ya, ni el apego al país les vincula como antes.

Si esta realidad histórica del exilio juvenil ha tomado ahora esta nueva forma, ¿de qué se trata entonces, cómo debe afrontar este país ese éxodo? No hay más camino que intentar facilitarles la elección de su proyecto de vida, pero persiguiendo a su vez con denuedo que esa opción sea Euskal Herria. Eso se traduce, como siempre, en políticas públicas y en presupuestos, pero también en transformaciones sociales. Las voces de estos jóvenes promotores de Itzulitakoak dan algunas pistas sobre el alto valor que dan a las facilidades para la conciliación familiar y laboral, a los horarios, a las relaciones de respeto en el ámbito del trabajo o la igualdad de género que han encontrado en algunos de sus destinos. Para una Euskal Herria cuyos valores tradicionales han sido más igualitarios y progresistas que los de su entorno geográfico, no debería ser demasiado difícil hacer a sus jóvenes una propuesta atractiva en esos términos.

Empieza por ellos y ellas, acaba en la política

La juventud vasca también tiene su parte de «responsabilidad» en esta ecuación, porque ninguna política pública se va a conseguir sin que levanten la mano, se hagan oír, demanden qué necesitan y qué quieren. La revuelta de los pensionistas vascos en los últimos meses supone un modelo y a su vez una interpelación para esos jóvenes. Más aún cuando, al fin y al cabo, entre esos dos extremos contrarios del ciclo biológico hay una relación muy estrecha: sin salarios justos hoy no habrá pensiones dignas mañana, y sin pensiones dignas hoy no habrá opción mañana ni siquiera de malvivir aquí.

En el nivel político e institucional, esta cuestión crucial tiene que dejar de estar missing. Sea o no foco de demanda social, tenga o no relevancia mediática, esté o no en el paquete de las preocupaciones políticas, pocos asuntos son tan relevantes para el futuro de cualquier país como este de atraer, que no retener, a sus jóvenes. Un país que no cuida a sus mayores es indecente, pero uno que descuida a sus jóvenes además es obtuso: se está poniendo en riesgo a sí mismo, se está suicidando.

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