Una liga para disfrutar y para hacer país

Cuando Osasuna subió a Primera División en 1980, en los estadios vascos se hizo muy popular un estribillo: «Ya somos tres, ya somos tres, ya solo falta el Alavés». 35 años después, con un nuevo ascenso de los navarros, aquella canción ha quedado muy desfasada: no son tres sino cinco los equipos del país que competirán en una de las mejores ligas del mundo. A los habituales Athletic y Real se han unido rojillos y babazorros, tras una espectacular temporada, y el Eibar, que seguirá asombrosamente en la elite por tercera campaña consecutiva. Del éxito no solo se alegran las hinchadas correspondientes, sino que tiene una gran repercusión económica tanto para sectores privados (hostelería, comercio...) como para las haciendas, y más aún ahora que los ingresos por televisión se van a disparar con mínimos de 40 millones de euros a cada club por temporada.

La capacidad de los éxitos deportivos para movilizar y catalizar sentimientos de identidad está fuera de toda duda. Se constató ayer mismo en las calles de Iruñea o hace muy poco en Bilbo con la celebración de la liga del Athletic femenino, y se está percibiendo estos días en la Eurocopa con la enorme implicación de las aficiones. Para naciones pequeñas como Islandia, Albania o Gales, el torneo es mucho más que una competición de fútbol: tiene un enorme valor interno y externo, puesto que es una ocasión de hacer país y de presentarse ante el mundo.

La próxima liga será histórica y ofrece una oportunidad similar a Euskal Herria: recogiendo aquel espíritu del «ya somos tres» –que tenía pleno sentido en la efervescencia social del posfranquismo y que tuvo continuidad con los triunfos ligueros de Real Sociedad y Athletic–, ojalá los nada menos que 20 derbis que se sucederán en la campaña (uno cada dos jornadas) sean una celebración colectiva y constructiva, del estilo del hermanamiento surgido este año en Segunda entre Alavés y Osasuna pese a ser dos rivales directos por el ascenso.

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