Votar en Euskal Herria para seguir siendo un refugio frente al fascismo

Según la sociedad española se hace aun más reaccionaria y polarizada, renunciando sin pudor a generar una cultura democrática mínima, la sociedad vasca sigue un curso divergente en el que busca su propio camino con el objetivo de garantizar todos los derechos a todas las personas que conforman su ciudadanía. Este es el principio rector que debe guiar la nueva fase política vasca, una vez cerrado el ciclo de ETA, pese a todas las trabas, y sin perder de vista la resolución de las consecuencias del conflicto –con especial atención a todas las víctimas de la violencia, presos políticos, memoria y derechos humanos–.

Mientras tanto, el proyecto español sigue su inercia, incapaz de reinventarse al margen de su constante impulso reaccionario. En ese espíritu, construye acuerdos excluyentes y contrarios a los derechos y las libertades. Desde su posición de privilegio, las autoridades españolas y los ciudadanos beneficiarios de ese ventajismo, niegan que el resto de proyectos políticos, aun siendo pacíficos y democráticos, se puedan llevar a cabo. Son supremacistas y sus consensos son siempre represivos y opresivos: marginan a los más desfavorecidos y castigan a los disidentes, sean estos vascos, catalanes, galegos o republicanos.

España huye hacia adelante mirando siempre hacia atrás, hacia una historia donde la experiencia democrática ha sido residual y en todo caso sostenida con el apoyo de las luchas de las naciones sin Estado. Dentro de esta campaña electoral, el contraste entre la exhumación de Franco, manejada por Pedro Sánchez con ánimo electoralista y convertida en un nuevo funeral de Estado por la familia Franco, por un lado, y la del general Emilio Mola en Iruñea que tuvo lugar bajo la dirección de Joseba Asiron y su equipo, por otro, han mostrado las formas tan distintas que tienen unos y otros para entender la memoria histórica, pero sobre todo, la política.

Un refugio para cuidar a las personas

A estas alturas a España se le podría ayudar desde la solidaridad, pero no se la puede salvar desde la subordinación. Frente a las fantasías ilustradas de algunos cortesanos, el PNV no es al liberalismo español lo que Ciutadans ha sido al falangismo. De igual modo que, por poner dos ejemplos veraces, miles de españoles querrían poder elegir a Aitor Esteban para que en su parlamento se impusiese la mesura y otros tantos apoyarían a Bel Pozueta para construir una sociedad más libre, solidaria y justa, lo cierto es que la ciudadanía vasca no puede revertir a estas alturas la deriva española y debe concentrarse en construir en Euskal Herria un refugio resistente al fascismo.

El liberalismo catalán y el socialismo abertzale llevan cuarenta años compensando al falangismo español encubierto bajo mil siglas e instituciones. Hipotecadas constitucionalmente sus naciones, asqueadas de las falsas promesas de que otra España es posible, de que finalmente se respetará su voluntad, las ciudadanías vasca y catalana han ido avanzando políticamente por caminos diferentes pero con la democracia y la libertad como objetivos comunitarios declarados.

Un vivero de alternativas

De lo que se siembra en la vida política cotidiana se recoge en elecciones, y en el día de hoy poco más queda por hacer que votar mirando a quién cumple su palabra y quién no. Desde la perspectiva vasca, es importante que esos diputados y diputadas lleven a Madrid la voz de nuestra sociedad y expongan las demandas democráticas que aquí son mayoritarias. Mirando a la hemeroteca, sin olvidar la muerte a tiros por parte de fascistas de Josu Muguruza cuando iba precisamente a recoger su acta de diputado, esos representantes vascos siempre han marcado la diferencia en Madrid.

Algunos de los acuerdos políticos sin duda pasan por Madrid, pero los retos de la sociedad vasca no. Con dificultades, en ocasiones con reflejos del pasado y en todo caso más lentamente de lo deseable, aquí y ahora se están construyendo los nuevos consensos y también los nuevos conflictos que marcarán esta fase histórica en Euskal Herria. El acumulado de experiencias políticas nuevas de esta última década está dejando un poso al que hay que sacar partido, tanto en lo institucional como en la sociedad civil. Los retos y debates que afronta el país son de fondo y requieren altura.

Además de un refugio, Euskal Herria es un vivero de alternativas y de otra clase de liderazgos que muestran que la política no es la actividad de un grupo de señores con corbata en un senado sino la forma de mejorar la vida de las personas y de los pueblos.

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