Miguel Fernández Ibáñez
Ankara

Erdogan sobrevive a un golpe de Estado

Mientras facciones del Ejercito turco protagonizaban una asonada, el presidente turco pidió al pueblo que saliera a la calle para resistir el avance de los uniformados. Miles de manifestantes le escucharon, evitando la caída del Gobierno islamista.

La multitud se ha hechado a la calle para defender al presidente Erdogan. (Chris McGRATH/AFP)
La multitud se ha hechado a la calle para defender al presidente Erdogan. (Chris McGRATH/AFP)

Cuando los militares apostados en los puentes del estrecho del Bósforo se rindieron, a las siete de la mañana, se ha sabido que la última resistencia del fallido golpe de Estado tiraba la toalla. Tras diez horas de enfrentamientos, de incertidumbre, se puede decir que Recep Tayyip Erdogan ha vuelto a ganar, y lo ha hecho de nuevo con el apoyo del pueblo turco, que ha salido a la calle para defender a su presidente de una asonada.

Diez horas antes, las redes sociales alertan de un extraño movimiento de las fuerzas armadas: los militares han cortado el tráfico en los puentes que cruzan el estrecho del Bósforo y en Ankara aviones de combate sobrevuelan la ciudad. Poco a poco las dudas van emergiendo en una población con demasiados enemigos: no saben si el descomunal despliegue es por una amenaza «terrorista» o por un golpe de Estado. De repente un helicóptero ataca la sede principal de la inteligencia turca (MIT), varios militares toman como rehén al jefe del Estado Mayor, el aún desaparecido general Hulusi Akar, y las comisarías de Policía son atacadas. El objetivo es claro, reducir primero a las fuerzas leales al presidente.

El primer ministro turco, Binali Yildirim, reconoce que un intento de golpe de Estado está en marcha. «Quienes lo han hecho pagarán un alto precio. No haremos concesiones», asevera. El viento parece ir en contra del Partido Justicia y Desarrollo (AKP). Los uniformados toman el control del Aeropuerto de Estambul, se hacen con el poder de la televisión pública TRT para emitir un comunicado en el que justifican la asonada debido a la incapacidad del presidente para afrontar los problemas que vive el país. Le acusan de autócrata, de traidor. Declaran la ley marcial.

Mehmet, de 43 años, sale a la calle. No se esconde al decir que «los militares representan al pueblo. Estamos yendo camino de una dictadura religiosa». Minutos más tarde, sus palabras parecen perder todo el sentido. Las fuerzas leales a Erdogan se reagrupan. Y el presidente, del que ya decían que se había fugado a Qatar, habla. Lo hace en la cadena CNN-Türk, a través de una aplicación para un teléfono móvil, y pide al pueblo que salga a la calle para evitar el golpe de Estado: «Salid a la calle. ¿Qué van a hacer? ¿Van a disparar al pueblo?».

La profunda Anatolia sale; Estambul sale; Ankara sale. El pueblo se vuelca con Erdogan, el autoritario pero electo líder. No es fácil para los osados, que arriesgan sus vidas. Es medianoche y cada vez se escuchan los estruendos de las bombas con más frecuencia. Tiemblan las viviendas, los edificios gubernamentales, el corazón de Anatolia. En el cielo se divisan destellos anaranjados de los proyectiles lanzados por el Ejército. La Policía es agresiva: te insulta, te expulsa de los lugares acordonados. Están nerviosos porque su valedor podría caer esta noche.

Los miles de seguidores del AKP comienzan a llegar al frente, a Taksim, a los puentes del Bósforo, a la plaza de Kizilay. La comunidad internacional y los partidos opositores apoyan a Erdogan. Los muecines toman partido, no van a dejar de lado al hombre que les ha permitido mejorar su estatus social. No es la hora del rezo, pero hablan, y reclaman que la gente salga a apoyar a «nuestro presidente». Algunos militares se empiezan a desmarcar de la asonada. La situación parece ahora favorable al Gobierno. Erdogan parece que ya no huye sino que regresa a Estambul. «No permitiremos que Erdogan caiga. Antes nos tendrán que matar a todos», avisa un manifestante que se dirige a Kizilay, en el centro de Ankara.

La tensión se apodera poco a poco de los golpistas, que abren fuego contra los manifestantes. Al menos cinco fallecidos. Mientras, el Gobierno recupera el control de TRT, publica imágenes de soldados apresados, de las masas que apoyan la resistencia popular. Llega la hora de la inteligencia turca, que afirma que la situación está controlada. Algunos golpistas resisten, y toman momentáneamente medios de comunicación como CNN-Türk o Kanal D. Aún caen bombas, pero el número es menor. Pese ello, los objetivos siguen siendo selectivos: el Parlamento turco, el polémico palacio de Erdogan.

Pasadas las tres de la mañana, la noche más difícil para Erdogan encara su recta final. Todo apunta a que gana el presidente, y supera el primer pulso que cuestiona su poder. El Ejército, que ya había protagonizado cuatro golpes de Estado, pagará las consecuencias. Más de 100 mandos han sido detenidos. Al aterrizar en Estambul, ya arropado por sus seguidores, lo primero que ha hecho Erdogan ha sido amenazar a los golpistas: «El intento de golpe de Estado es una bendición de Allah que permitirá limpiar el Ejército. Tendrán que pagar un precio muy alto por esta traición».

Con limpiar se refiere a eliminar la influencia de Fethullah Gülen y su estado paralelo. Desde el primer segundo de la asonada el AKP había apuntado al grupo que desde Estados Unidos dirige el clérigo suní, quien rechaza cualquier participación en el golpe de Estado.

Durante una década Erdogan y Gülen fueron unos amigos interesados. Así reformaron el Ejército, la Justicia y la Policía. Causas judiciales injustas como el caso Ergenekon permitieron descabezar a las fuerzas armadas que en 1997 derrocaron al islamista Necemettin Erbakan. Los puestos vacantes los ocuparon hombres cercanos a Gülen. Pero la lucha de poder entre las figuras más influyentes de Anatolia, manifestada en la trama de corrupción que salpicó al AKP el 17 de diciembre de 2013, desencadenó una guerra abierta que culmina con esta fallida asonada.