IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Diversidad interior

A veces nos inquieta reaccionar de manera inesperada, inesperada incluso para nosotros mismos. «Me dijo tal cosa y, de repente, no me reconocía, me entró una rabia…», «no sé de dónde salió esa reacción, porque ya te digo que yo no lo decidí»... podríamos decir en un momento dado, como si saliera “de otra parte de nosotros” que nos es ajena, aunque no desconocida. Claro que la conocemos, porque, aunque inusual, sale de nosotros. Nuestro estilo de vida nos da una estructura, nos ayuda a poner objetivos y tareas, estrategias y acciones que nos guían, pero, al mismo tiempo, estas estructuras nos predisponen a potenciar unas facetas y a relegar otras. En nuestro entorno puede haber una cultura de consideración hacia el otro, de comprensión, y ésa es nuestra actitud diaria, pero ¿significa eso que no somos capaces de oponernos, defendernos y atacar? No necesariamente. O quizá podemos vivir donde la eficiencia es un valor, incluso dentro de la familia, y se nos invita o fuerza a ser precisos con el lenguaje, claro en las exposiciones, autosuficiente…Y de nuevo, quizá ésta sea nuestra presentación, pero ¿significaría eso que no necesitaríamos ser tenidos en cuenta y copar nuestro espacio en un momento dado? Pues probablemente tampoco.

Estos virajes a menudo nos despistan porque basamos nuestra mirada sobre nosotros mismos y los demás en una idea sencilla, pero inexacta, y es que “somos de una manera”. Entonces, desde esa manera, presumiblemente tenemos que relacionarnos con el mundo, con las personas y con nosotros mismos, usando siempre las mismas facetas para afrontar la vida y despistando a diestro y siniestro si no lo hacemos. Sin embargo, la mente funciona de un modo ligeramente diferente. No hay más que echar un vistazo a nuestro comportamiento en situaciones sociales diversas para tener una idea de nuestra “diversidad interna”; nuestra flexibilidad para cambiar de faceta es una expresión de nuestra capacidad de adaptación, de modo que, ¿cómo no vamos a construir conjuntos de pensamientos, emociones y acciones distintas que se fijen en nosotros para dar respuesta a estímulos diversos?

Solemos oír que la diversidad es riqueza, que la diferencia aporta nuevas perspectivas y, por tanto, nuevos estímulos que nos ayudan a crecer, y eso mismo sucede también de puertas para adentro. En nosotros mismos cohabitan las pasiones humanas más opuestas que han inspirado a pensadores, literatos y artistas de la naturaleza humana en general. Se han estudiado desde el método científico con el mayor de los rigores, incluida la resonancia magnética o los famosos PET funcionales, para identificar las zonas y dinámicas de nuestra compasión, nuestra ira, nuestro altruismo o nuestro consumo de sustancias. Mientras que, por otro lado, se han escurrido en su complejidad y puesta en escena al mostrarse solo como una faceta más en un mar de reacciones, haciendo muy difícil llegar a conclusiones monolíticas sobre la naturaleza humana. Siempre hay una rendija estadística que nos abre una puerta a lo inusual. La rigidez, la unificación del verbo “ser” y “estar” en una sola posibilidad a menudo nos sirve para clasificarnos unos a otros sin tener que manejar demasiadas variables, pero también nos limita, nos oprime y, sobre todo, nos condiciona.

Quizá en nuestra propia diversidad, en esos arrebatos inesperados, yazca una parte más real de nosotros mismos de lo que dice la estadística y el hábito, partes a menudo apartadas, pero que hablan con una fuerte voz cuando tienen oportunidad. Quizá esa voz necesite interlocutor para desarrollarse, quizá nuestra capacidad para enfadarnos cuando no solemos, nuestra empatía en un mundo competitivo, nuestra vergüenza en un entorno de exposición constante, necesite de alguien que escuche, quizá necesite el respeto del resto de nosotros mismos por su mera existencia.