Carlos GIL
Analista cultural

Una obra perenne

Vi el pasado  15 de febrero en Sevilla un acontecimiento teatral con varias connotaciones políticas y sociológicas importantes. Se reestrenó “Quejío”  cuarenta y cinco años después. Esta obra conmocionó el panorama teatral estatal. Por primera vez el flamenco era desposeído de los tópicos y se apartaba de la imagen españolista para convertirse en un canto de denuncia. Sin alharacas, sin apenas elementos escénicos, cante profundo y baile historiado. Letras con mucho contenido.

Unos jóvenes que rompieron moldes, que reivindicaban una Andalucía real, trabajadora, luchadora y recorrieron el mundo con ese espectáculo llegando a representarse setecientas cincuenta veces. Solo veintiséis en su tierra. Un dato demoledor.Salvador Távora era uno de sus creadores. Desde entonces muchos espectáculos han ido añadiéndose a este hito de un teatro no verbal, comprometido con sus raíces, donde la música se empodera. Y ha tenido la inmensa suerte de poder ver, insisto, cuarenta y cinco años después, su obra dirigida por él, con los mismos materiales escénicos, la misma iluminación de aquellos tiempos de penurias, con un reparto nuevo de jóvenes artistas. Estuvimos allí para darnos cuenta de que ahí estaba casi todo, que de ahí venimos. Que en el arte hay momentos que se hacen perennes. Y “Quejío” lo es, y si lo ven, me darán la razón.