Oriol ANDRÉS GALLART
Periodista

¿EL PRINCIPIO DEL FIN DEL SECTARISMO?

Las protestas del movimiento #YouStink (Apestas) canalizan el malestar de los libaneses por la corrupción y por el confesionalismo gobernante. De las protestas surgidas por el problema de la basura parece estar naciendo un nuevo Líbano sin sectarismo.

Si la crisis de la basura en Líbano hubiera sucedido en invierno, quizás no habría tenido mayor repercusión entre una sociedad libanesa habituada a sortear los desmanes causados por la inoperancia de su Gobierno. Pero en pleno mes de julio, con temperaturas que rozaban los 40 grados, el olor de las toneladas de basura que se acumulaban día tras día en las calles de Beirut se enquistaba en el aire. Una aroma imposible de ignorar.

Por eso, cuando por esos días un grupo de activistas libaneses impulsaron el movimiento #YouStink (Apestas) para pedir al Gobierno soluciones sostenibles y a largo plazo a la crisis de la basura, no sorprendió que éste sumara en poco tiempo miles de adeptos en las redes sociales. Sin embargo, pocos en Líbano esperaban entonces que la campaña iba a generar un movimiento cívico inédito en el país.

La campaña #YouStink ha canalizado el malestar ciudadano por un país paralizado y hundido debido al actual sistema político sectario. El sábado 29 de agosto, decenas de miles de personas se concentraron en el centro de Beirut, en la manifestación más multitudinaria que ha tenido lugar en el país en la última década. Las protestas han continuado y el martes un grupo de activistas ocupó el Ministerio de Medio Ambiente mientras en su exterior se concentraron miles de manifestantes.

El origen

El 17 de julio pasado, el Gobierno echó el cierre al principal vertedero del país, en Naameh, una localidad costera al sur de la capital, después de que los vecinos bloquearan su acceso tras años de promesas de clausura incumplidas. El vertedero había sido abierto el 1997 con una vida prevista de seis años pero la desidia gubernamental para desarrollar políticas de reciclaje o encontrar espacios alternativos, había pospuesto la decisión, quintuplicando la capacidad del vertedero y convirtiéndolo en un peligro para el medio ambiente y para la salud pública. Pero cuando finalmente se clausuró, el Gobierno carecía aún de plan B y en consecuencia se suspendió la recogida de basura en Beirut y la región de Monte Líbano.

También a mediados de julio, el Gobierno inició negociaciones para la renovación de los contratos para la recogida de los residuos en Beirut y Monte Líbano, que desde hace dos décadas habían recaído en una misma compañía, con precios calificados de abusivos. Mientras entidades y organizaciones vinculadas a la defensa del medio ambiente abogan por una gestión más local que apostara por el reciclaje, los partidos políticos pugnaban por el reparto de los suculentos contratos entre empresas afines por afiliaciones políticas y confesionales, según han denunciado activistas y medios locales.

Así, para muchos libaneses, la gestión de la crisis de la basura ha supuesto un reflejo demasiado crudo de cómo las elites dirigentes han gobernado el país durante años, un sistema cuya raíz se remonta a la independencia. Entonces, en 1943, el llamado Pacto Nacional supuso el reparto de los puestos de poder entre las tres confesiones mayoritarias: cristianos, musulmanes sunitas y musulmanes chiítas. Los acuerdos de Taif, que pusieron fin la guerra civil libanesa (1975-1990), consolidaron este sistema, mejorando las cuotas de poder de los musulmanes frente a los cristianos.

Más de dos décadas después, el sectarismo sigue dominando el sistema político libanés y, como asegura la investigadora del Carnegie Middle East Center Maha Yahya, «ha facilitado formas públicas de nepotismo y clientelismo sin precedentes». Además, la guerra civil en Siria ha acentuado la división entre los dos grandes bloques que agrupan a las fuerzas políticas libanesas desde el atentado contra el expresidente Rafik Hariri en 2005 y la posterior retirada de la ocupación siria de Líbano: la coalición 8 de Marzo –encabezada por Hizbullah y próxima al régimen sirio– y la coalición 14 de Marzo –alianza de partidos contrarios a la influencia siria, liderada por Saad Hariri, hijo del exmandatario muerto en atentado.

Sus disputas han bloqueado la elección de un nuevo presidente desde hace más de un año mientras el Parlamento ha extendido su mandato en dos ocasiones, una medida calificada de anticonstitucional por numerosas organizaciones e incluso por la Unión Europea. Ante la ausencia de presidente, el amplio gobierno de coalición, cuyos 24 ministros provienen de ambos bloques, ha recibido poderes ejecutivos extraordinarios, que los ministros usan principalmente para vetarse mutuamente las iniciativas.

Esta parálisis gubernativa, unida a la crisis humanitaria causada en el país por la llegada de 1,1 millones de refugiados sirios –un incremento de una cuarta parte de la población–, ha contribuido a empeorar unos servicios básicos ya deteriorados antes de la crisis. Así, por ejemplo, Beirut sufre tres horas sin electricidad al día mientras que otras zonas del país disponen de electricidad apenas ocho horas diarias. También el subministro de agua es deficiente pese a las abundantes lluvias. Tal como escribe el analista Rami G. Khoury, «la mayoría de casas en Líbano deben pagar dos veces por los servicios básicos: primero al Gobierno y después a los proveedores privados que suplen las deficiencias en el servicio público. Este pago dual afecta también a otros sectores como las comunicaciones, la educación o la cobertura sanitaria, alcanzando tal punto que muchas familias no se pueden permitir pagar por los servicios básicos». Detrás de estas deficiencias, muchos ciudadanos perciben y denuncian intereses mafiosos de grupos vinculados a las fuerzas políticas, a las que acusan de corrupción.

Una agresión como detonante

Las movilizaciones de la campaña #YouStink empezaron a finales de julio pero no fue hasta el sábado 22 de agosto que cogieron envergadura. La razón fue un vídeo que devino viral en las redes sociales donde se mostraba la violenta represión policial de unas pocas decenas de manifestantes pacíficos de #YouStink el miércoles anterior. El sábado, miles de personas se concentraron frente el Palacio de Gobierno. Los eslóganes «la gente quiere que el régimen caiga» o «revolución» fueron coreados por los manifestantes, de todas las edades, clases sociales y comunidades religiosas. La mejora en la gestión de los residuos había sido claramente sobrepasada como demanda, si bien las aspiraciones variaban de una persona a otra. De nuevo, la brutal represión policial de la marcha, con uso de gases lacrimógenos, balas de goma, cañones de agua y hasta algún caso aislado de fuego real, contribuyó a inflamar los ánimos, obligando al primer ministro, Tammam Salam, a comparecer. Salam tendió la mano a los manifestantes, prometió depurar responsabilidades por la violencia y amagó con dimitir, pero su declaración no calmó los ánimos.

Las manifestaciones continuaron a lo largo de la semana si bien ya no convocadas por el movimiento YouStink, que pospuso la manifestación prevista para el lunes 24 hasta el sábado siguiente. La campaña perdió cierta popularidad debido a que tras la noche del sábado, varios organizadores se quisieron desvincular de los enfrentamientos tildando a los manifestantes que chocaron con la Policía de «matones» o «infiltrados» de Amal, uno de los partidos chiítas.

En cambio, según analizaba el periodista Moe Ali Nayel en una entrevista con Jaddaliyya, «la campaña #YouStink creó un espacio de protesta para personas de una clase social distinta a la de los impulsores de la campaña. Desde la primera protesta, jóvenes de áreas empobrecidas y marginadas se incorporaron, continuando lo que habían estado haciendo antes solos. Son jóvenes que generalmente no se mueven en la órbita de las organizaciones de la sociedad civil pero habían estado protestando con iniciativas propias contra los severos cortes de agua y electricidad del pasado verano. Los jóvenes más marginalizados fueron los que contraatacaron con toda la amargura acumulada contra la autoridad del Estado».

En cualquier caso, en ese punto el movimiento, que ha sido mayoritariamente no-violento, ya había trascendido la campaña por la gestión de la basura.

«Queremos un nuevo gobierno. Tengo 23 años. Cuando cumplí los 21 [la edad mínima para votar] el Parlamento se extendió el mandato, así que éste es el segundo año en que se me niega el derecho a votar. Quiero poder elegir a la persona que represente mis derechos», aseguraba a GARA Zeinab Cherri, una joven que se unía por primera vez a la protesta. La multitudinaria manifestación culminó una semana de movilizaciones históricas, en las cuales no sólo no había banderas de formaciones políticas, sino que se gritaron consignas contra el sistema sectario.

El rumbo de las protestas deviene ahora más incierto pero de momento no pierde pulso. El martes una treintena de activistas de #YouStink se encerró en el Ministerio de Medio Ambiente al expirar el ultimátum de 72 horas que el movimiento había dado al Gobierno para aplicar unas medidas que incluían la dimisión del ministro y la implementación de una solución eco-friendly al problema de la basura. Miles de personas se unieron a la manifestación de apoyo organizada frente al edificio, que fue mayormente pacífica. Los encerrados fueron desalojados a lo largo de la tarde y noche.

Mientras tanto, la basura se descarga ahora en vertederos informales en las afueras de la ciudad. El ministro, Mohammad Machnouk, abandonó la comisión ministerial que está tratando de solucionar la crisis de la basura pero rechaza dimitir.

En opinión de Maha Yahya, «el incumplimiento del ultimátum provocará probablemente una escalada en el conflicto. Tampoco la llamada del presidente del Parlamento al diálogo [entre partidos, el próximo 9 de setiembre] solucionará nada. Es un diálogo entre esa élite que los ciudadanos libaneses rechazan. Un acuerdo para elegir presidente podría dar un falso sentimiento de victoria. Pero para un cambio a largo plazo, hace falta que los lazos entre sectarismo político y corrupción sean reconocidos y abordados».

Ali Nayel cree que «muchos libaneses están ahora rompiendo los límites de sus cajas socio-sectarias. Dado el contexto regional, tenemos que ser conscientes de que este movimiento podría abrir el camino a una dictadura militar. Sin embargo, parece que haya consenso entre los manifestantes para ocupar la calle hasta que la clase dirigente corrupta caiga. Lo único que parece importar en la calle ahora mismo es romper el status quo que ha mantenido durante mucho tiempo al Líbano y a su pueblo prisionero». Vaya a más o se desinfle el movimiento, la semilla para un cambio futuro en Líbano podría haber sido puesta.