Aminu ABUBAKAR (Afp)
LAGOS

De rehenes de los yihadistas de Boko Haram a nuevos parias de Nigeria

Umar, de 5 años, estaba condenado a morir de hambre en un campamento de desplazados del nordeste de Nigeria si Fátima Salisu no lo hubiera adoptado. Es un «yayan Boko Haram», hijo de un combatiente yihadista. «Cuando le pregunté a un soldado si podía adoptar al niño, él se burló y dijo que más valía dejarlo morir, que después lo echarían a la basura», recuerda. Pero ella fue incapaz de dejarlo solo.

Esta mujer, viuda de un yihadista, vive como refugiada en el campamento de Dalori, en las afueras de Maiduguri. Las decenas de miles de jóvenes, mujeres y niños secuestrados por los yihadistas se han convertido en los pobres de los pobres, la casta de los excluidos. Salisu es una de esos parias. Esta camerunesa de 25 años fue prisionera durante 16 meses y la obligaron a casarse con un combatiente, con el que tuvo una hija, muerta durante el cautiverio. Cuando su marido murió, huyó y pasó a engrosar los 2,6 millones de desplazados del conflicto, de los que la mitad son niños.

Humanos sin derechos

Alrededor de 50.000 personas viven en el campamento de Dalori, pero Salisu y su hijo adoptivo están apartados. «No tenemos derecho a acercarnos, todo el mundo nos mira con desprecio», reconoce. Asegura que la gente se burla de ella, pero lo que le preocupa es el futuro de Umar y de los otros niños en su misma situación. «Les pegan, no tienen derecho a jugar con los otros», cuenta. «Si se sigue autorizando esto, su ira los convertirá en una grave amenaza para la sociedad».

Los expertos también advierten del abismo creciente entre los antiguos rehenes de Boko Haram y el resto de la población.