Céline CORNU (AFP)
Milán

CUANDO FRANCIA HACE NEGOCIO EN ITALIA...

Las empresas italianas que están cayendo en las redes de compañías francesas son legión: Vivendi y Telecom Italia, LVMH y Loro Piana, Kering y Gucci… Un fenómeno que molesta sobremanera a la prensa italiana, incluso si la explicación radica en la propia naturaleza del tejido industrial de ambos países.

G erentes mediocres y empresas a precio de saldo: así es como París vive la campaña italiana», fue el titular que “La Stampa” publicó el pasado mes de julio. «Italia-Francia: este derby infinito, París gana 156-77», escribió recientemente “Il Corriere della Sera”.

De acuerdo con un estudio de KPMG para el “Corriere Economia”, en solo una década los grupos franceses han tomado el control de 156 empresas italianas por valor de 47.000 millones de euros; esto es, muy por delante de los británicos (12.000 millones) y de los españoles (9.000 millones).

«(Este movimiento) se explica fácilmente: las empresas italianas objeto de adquisiciones son empresas de excelencia, con productos y marcas muy conocidas en el mundo entero y, normalmente, con una gran rentabilidad», sostiene Andrea Sianesi, decano de la Escuela de Comercio de la Politécnica de Milán. Además, «tienen un tamaño más reducido que sus homólogas francesas y, por lo tanto, están en desventaja en el proceso de globalización y desarrollo, que requiere inversiones masivas», apunta.

En el sector del lujo, el fenómeno es particularmente evidente. La casa de moda Fendi, las joyas de Bulgari, el cachemir de Loro Piana, los tejidos preciosos de Emilio Pucci, la marroquinería de Olga Berluti o la casa de fragancias Acqua di Parma han sido traspasadas al seno de LVMH, más conocido como Louis Vuitton Moët Hennessy, un conglomerado multinacional francés dueño de más de 60 marcas de renombre alrededor del mundo. No es el único caso. El grupo de François-Henri Pinault, Kering, se ha apoderado de Gucci, de los artículos de cuero de Bottega Veneta, de la ropa para hombres de Brioni, y de las joyas de Pomellato y Dodo.

«Los principales grupos de lujo mundiales son franceses. Por lo tanto, es natural que compren en Italia, donde hay un importante número de pequeñas y medianas empresas familiares de gran excelencia pero que en un momento determinado no son capaces de crecer solas», explica Matteo Caroli, profesor de gestión de empresas en la Universidad Luiss Guido Carli de Roma. «Por lo tanto –añade–, las casas que han sido adquiridas se han desarrollado bien, mejor de lo que hubieran hecho con un accionista italiano», mantiene.

Sistema fragmentado

En general, «el sistema industrial italiano está mucho más fragmentado que el sistema francés, donde rara vez se presenta un fenómeno en que se absorben empresas», precisa Sianesi.

En cualquier caso, la compra de empresas no se limita al sector del lujo. Francia ha realizado maniobras similares en el mercado de la energía –Edison fue adquirida por EDF en 2012 después de una larguísima batalla– y en el sector alimentario –después de que Parmalat pasara a manos de Lactalis y los supermercados GN se convirtieran en Carrefour–. Y en el de las telecomunicaciones, Telecom Italia está controlada casi en un 25% por Vivendi.

La reciprocidad existe, pero en una escala más pequeña: en una década, los italianos han tomado el control de 77 empresas, destacando la adquisición de Carte d'Or por parte de Lavazza. «Los franceses son mejores haciendo frente a estas situaciones cuando se sienten atacados», considera Sianesi.

En algunos sectores estratégicos, el Gobierno galo tiene una fuerte política de defensa de sus «campeones nacionales», recuerda Caroli, que hace hincapié en que Francia se caracteriza por contar con una amplia representación de grandes empresas y multinacionales.

Los recientes nombramientos de los franceses Jean-Pierre Mustier y Philippe Donnet a la cabeza de las empresas italianas UniCredit y Generali, respectivamente, refuerza la imagen de “la campaña de Italia”, incluso si desde este punto de vista la situación es «más equilibrada», según Sianesi. Por ejemplo, el presidente de Société Générale, Lorenzo Bini Smaghi, es italiano.

Excluyendo a los Países Bajos, que atraen a empresas de renombre gracias a su ventajosa fiscalidad, el Estado francés es el mayor inversor en Italia con 51.000 millones de euros en inversiones directas, con 1.600 empresas y 230.000 empleados. Por el contrario, Roma es el quinto inversor en el país vecino, con 20.000 millones de inversión, 1.200 filiales y 80.000 trabajadores. «Pero si Francia es excedentaria en términos de inversión, Italia lo es en términos de exportación: el primero tiene un déficit comercial con el segundo de 5.500 millones de euros, ya que las empresas italianas tienen una capacidad de producción muy localizada; hay menos deslocalización», destaca Sianesi.