Mertxe AIZPURUA
PRODUCIR PARA CONSUMIR

SAMSUNG, LA OBSOLESCENCIA PROGRAMADA SE QUEMA A SÍ MISMA

Vender más y más rápido, inundar el mercado, ser el primero en llegar, adelantarse en la novedad a la competencia... son las señas de identidad de las grandes corporaciones que copan los nichos de la sociedad de consumo. En esta veloz carrera, Samsung ha pagado el coste de no testear suficientemente su producto antes de ponerlo a la venta. Un móvil se fabrica para que dure un tiempo determinado; en esta ocasión, a Samsung se le fue la mano y el Galaxy Note 7 quedará como icono de la obsolescencia antes de programa.

Aunque suene extraño, hay una relación directa entre el Galaxy Note 7 autoincendiable de Samsung y la chapa metálica que corona una cerveza. Hasta mediados del siglo XX las cosas se hacían para durar: las camas, las botellas de gaseosa o las navajas de afeitar. Llegaron William Panter con su chapa y King Gillette con su maquinilla desechable, reorientaron la mentalidad empresarial y abrieron la puerta a la economía de usar y tirar. Casi todo comenzó a diseñarse con fecha de caducidad. Y así hasta nuestros días. En esto consiste la obsolescencia programada; se fabrica un producto con una vida útil menor a la que podría tener para acelerar que quede inutilizado antes de tiempo.

La sociedad de consumo y la obsolescencia programada son la base del sistema económico y social actual. Nada nuevo, en realidad. El sistema empezó a utilizarse en la década de 1920, cuando la revolución industrial llevó a la producción masiva de todo tipo de productos. Ante la enorme oferta, era necesario crear una demanda constante y, para lograrlo, se incentivó la compra a través de la obsolescencia: era preciso que los productos no duraran toda una vida, sino que se rompieran y así los clientes se verían obligados a adquirir otros nuevos.

El coche modelo T de Ford es un ejemplo paradigmático de lo anterior. Su producción fue un éxito para la ingeniería y la industria automovilística americana, pero una de sus grandes virtudes fue, a la vez, su gran problema: se había fabricado para durar. Y ese fue, curiosamente, el gran fracaso de la Ford. Había creado un vehículo técnicamente muy avanzado pero con un diseño uniforme. En cambio, la compañía de la competencia, General Motors, dio más importancia al diseño que al trabajo de ingeniería. El toque estético ganó la partida. General Motors introdujo pequeños cambios en los espejos, asientos, formas y colores y los clientes se animaron a cambiar a menudo de automóvil. El coche pasó a ser así un elemento de consumo, moda y estatus y, finalmente, Ford imitó la estrategia.

Hay más ejemplos de esta evolución social que hunde sus raíces en la esencia del capitalismo. Todavía permanecen en algunos museos como en el Stockyards de Texas los primeros focos de Thomas Edison, encendidos después de un siglo. Sin embargo, las bombillas actuales duran, en el mejor de los casos, un par de años. El negocio no era rentable si la gente compraba una bombilla para toda su vida y las lámparas con un filamento que se rompía después de un tiempo de uso eran la solución. El resto lo hizo un poderoso lobby de fabricantes de lámparas, el cártel Phoebus, que presionó para limitar la duración de las bombillas y en 1940 consiguió fijar un límite de 1.000 horas. A partir de ahí, vivimos rodeados de objetos cotidianos con fecha de caducidad: las impresoras que dejan de funcionar al llegar a un número determinado de impresiones y los cartuchos de tinta con chips inteligentes que desactivan toda impresión cuando uno de los colores llega a un nivel; lavadoras que se averían a los 2.500 lavados exactos, programas de software incompatibles con versiones anteriores o televisores limitados a 20.000 horas de duración.

Samsung, un paso más allá

Es, sobre todo, en el campo de la telefonía móvil donde la obsolescencia programada se sobrepasa a sí misma. Los propios avances dejan obsoletos gran cantidad de modelos producidos y todos los años las principales empresas sacan al mercado nuevos modelos, con algún factor que, aparentemente, añade funcionalidad y novedad al antiguo. Es la obsolescencia percibida, un término que acuñó en el año 1954 el diseñador industrial Clifford Brooks Stevens y que definió como «el deseo del consumidor de poseer una cosa un poco más nueva, un poco mejor y un poco antes de que sea necesario».

En esa carrera de ir más allá del consumo programado, Samsung ha traspasado el límite. La empresa surcoreana ha vivido una semana caótica en la que su imagen y sus cuentas han quedado tocadas por el fiasco de su incendiario modelo Galaxy Note 7. No obstante, desde la empresa aseguraban que el impacto financiero de esta crisis será «limitado». Sin duda, la imagen de la marca y su estatus de líder en el sector de los smartphones quedarán erosionados, aunque el alcance y duración de tal debilidad es difícil de determinar. Dependerá de lo rápido que restauren su imagen, su reputación y, al parecer, su maquinaria para conseguirlo ya se ha activado. Para principios de 2017 lanzarán un nuevo modelo.

El dieselgate de Volkswagen

Aunque no relacionado directamente con la obsolescencia pero sí con las estrategias comerciales para inducir al consumo, otra marca, esta del sector del automóvil, sufre desde hace un año heridas sangrantes en su imagen. Volkswagen vivía un buen momento, con alto ritmo de ventas y nivel de prestigio, situada en la vanguardia tecnológica de la industria y con un marketing medioambiental que le había dado imagen de empresa comprometida. La manipulación ilegal del software de control de emisiones puso a la marca ante la mayor crisis de su historia, una crisis de imagen y credibilidad en la que todavía tiene muchos frentes abiertos, le ha traído pérdidas millonarias y ha dañado su imagen e, incluso, la de su país, Alemania.

La LEy castiga la práctica en El Estado francés

Desde hace dos años, la Justicia francesa dispone de una ley que tipifica como delito la obsolescencia programada, para la que contempla penas de dos años de prisión y 300.000 euros de multa. Pretende así penalizar a los fabricantes que reducen conscientemente la vida útil de sus productos para que los consumidores tengan que reemplazarlos con mayor frecuencia. La decisión se basa en el artículo 22 del proyecto de ley sobre transición energética para el crecimiento verde y prevé como pena exactamente el mismo tratamiento que en el caso de las prácticas comerciales engañosas.

En el marco del derecho de la Unión Europea, la normativa de residuos –concretamente las Directivas 2008/98/CE sobre los residuos y 2012/19/UE sobre residuos de aparatos eléctricos y electrónicos– trata de una forma indirecta y nada explícita la obsolescencia programada, en el sentido de promover genéricamente la puesta en el mercado de productos durables y reparables.