Mikel ZUBIMENDI
DONOSTIA
INFORME DE OXFAM SOBRE DESIGUALDAD ECONÓMICA EN EL MUNDO

Ni inevitable, ni saludable: la desigualdad es grotesca y preludia un caos devastador

La desigualdad económica en el mundo se acelera y llega a niveles insoportables según revela el informe que anualmente publica Oxfam. Con una economía al servicio de un 1% que posee tanta riqueza como el 99% del planeta, de no cambiar el modelo y las falsas premisas sobre el que se asienta, advierte de que la Humanidad se acerca al abismo.

A tenor de lo que dicen últimamente distintos líderes mundiales, parece que la desigualdad económica y la pobreza están en el radar de sus preocupaciones. Escuchando, por poner dos ejemplos, a la directora general del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, advertir sobre los extremos del «asombroso auge de la desigualdad» y preconizar la vuelta de los «fantasmas del siglo XIX», o a Barack Obama en su discurso final ante la Asamblea de la ONU declarar: «un mundo en el que el 1% de la Humanidad controla tanta riqueza como el 99% restante nunca será estable», parece que la brecha entre los súper ricos y la gran mayoría pobre les resulta grotesca e insoportable.

Que el FMI reconozca que reducir la desigualdad trae consigo un crecimiento económico más rápido y sostenible suena a enmienda a los dictados del Consenso de Washington, prescripciones que han guiado las decisiones económicas mundiales y que, entre otras cuestiones, defiende liberalizar los mercados, privatizar la industria, reducir el poder de los sindicatos y recortar el gasto público.

Esas palabras de preocupación no anticipan la «muerte» de un Consenso de Washington, que todavía tiene muchos defensores en el mundo, todos fundamentalistas del mercado. No explicitan, ni mucho menos, que la desigualdad extrema no es algo inevitable, ni un signo de una economía global saludable. Tampoco que sus consecuencias son de largo alcance y potencialmente devastadoras, que prefiguran un mundo caótico e inestable, donde cada día hay más personas con menos posibilidades de dejar atrás esa lacra.

El contador se acelera

¿Cómo luchar contra algo si no sabes a lo que te enfrentas? Para luchar contra la desigualdad y la pobreza se necesita una definición, saber a qué nos referimos cuando decimos que alguien es pobre y de cuánta gente se está hablando en el mundo.

El informe que anualmente publica Oxfam, confederación internacional de organizaciones que en más de 90 países trabajan para acabar con la desigualdad que crea la pobreza en el mundo, es un documento con una base científica seria, con una metodología estricta, basado en datos sólidos. Su claridad para entender la dimensión del fenómeno y su utilidad para la discusión pública son enormes.

Comparando el informe publicado hace una semana con los de años anteriores, la primera conclusión es llamativa: el contador de la desigualdad global se acelera y la brecha se agranda hasta extremos insoportables. Así, en 2010, 388 multimillonarios poseían tanta riqueza como la mitad de la población del mundo. En 2014, los 388 se redujeron a 85. En 2015, a 80. El informe publicado hace días afirma que ocho multimillonarios –todos hombres– poseen más riqueza que la mitad del mundo.

El mundo sigue inmerso en una crisis de desigualdad de dimensiones mastodónticas. Que ocho personas sean más ricas que 3.600 millones es algo sencillamente grotesco. Todos los indicativos muestran que la brecha entre ricos y pobres no deja de aumentar. Por citar algunos: desde 2015, el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el resto del planeta; durante los próximos 20 años 500 personas legarán 2,1 billones de dólares a sus herederos, una suma que supera el PIB de India, un país de 1.300 millones de habitantes; entre 1988 y 2011, los ingresos del 10% más pobre de la población mundial apenas han aumentado 3 dólares al año, los del 1% más rico se han incrementado 182 veces más.

Esta tendencia golpea a países ricos y pobres. Amenaza con fracturar sociedades, hace que cada vez más personas vivan más humilladas, con más miedo y menos esperanzas, incrementa el racismo y la desafección generalizada con la política convencional. Un estudio del economista Thomas Piketty que recoge Oxfam revela que, por ejemplo, en EEUU los ingresos del 50% más pobre de la población se han congelado durante las tres últimas décadas, mientras que los del 1% más rico han aumentado un 300% en el mismo periodo. Una realidad llena de agravios inteligente y cínicamente explotada, y con éxito, por Donald Trump.

En los países pobres, el panorama es igualmente complejo y no menos preocupante. Cientos de millones han salido de la pobreza en los últimos años, sí. No obstante, una de cada nueve personas sigue pasando hambre y si el crecimiento económico entre 1990 y 2010 hubiese beneficiado a los más vulnerables, en la actualidad habría 700 millones de personas menos –en su mayoría mujeres– en situación de pobreza.

Causas de la desigualdad

El informe de Oxfam revela que, en los últimos 25 años, el 1% más rico de la población ha percibido más ingresos que el 50% de la población en su conjunto. Que lejos de transmitirse espontáneamente hacia abajo (en la llamada «economía de goteo o de derrame», los ingresos y la riqueza se vuelca hacia las capas más altas de la sociedad y lo hace a un ritmo alarmante.

Las grandes empresas al servicio de los super ricos les va bien. En 2015, las diez mayores del mundo obtuvieron una facturación superior a los ingresos públicos de 180 países juntos. Su modelo de maximización de beneficios devaluó el salario del trabajador medio, aumentó la presión sobre los pequeños productores –los del cacao recibían en la década de los 80 el 18% del valor de una tableta de chocolate, hoy obtienen un 6%– y, con sofisticados esquemas corporativos, tributó menos y eludió más el pago de impuestos.

Las grandes empresas al servicio de los super ricos consiguen que los países compitan entre sí para ofrecerles beneficios fiscales. Dos razones provocan este comportamiento: se prioriza la rentabilidad a corto plazo de los accionistas e inversores, el llamado «capitalismo cortoplacista» en el que manda el dividendo, y prevalece un «capitalismo clientelar» con un enorme poder para garantizar que las legislaciones y las políticas nacionales e internacionales protejan sus intereses y mejoren su rentabilidad. Sobre ese eje, la rueda de la desigualdad no deja de girar y de seguir creciendo.

 

Las falsas premisas sobre las que se basa la economía al servicio del 1% de la población

La economía que agranda la brecha entre ricos y pobres está basada en una serie de premisas sobre las que se articulan una gran parte de políticas e inversiones de Gobiernos y grandes empresas, según consta en el informa de Oxfam. La primera de ellas dice que el mercado nunca se equivoca y que hay que minimizar el papel de los poderes públicos. Pero, en realidad, el mercado no ha dado muestras de ser la mejor manera de organizar, de valorar y planificar la vida en común de la Humanidad.

La segunda, defiende que las empresas tienen que maximizar sus beneficios y la rentabilidad de sus accionistas a toda costa, aunque eso solo incremente de manera desproporcionada los ingresos de quienes ya tienen más e impone más presión sobre el pueblo trabajador y el medio ambiente. La tercera falsa premisa dice que la riqueza individual extrema no es perjudicial, sino síntoma de éxito y de una «época dorada» caracterizada por la concentración de una inmensa riqueza en manos de muy pocas personas –y en su mayoría hombres–. Pero económicamente es ineficiente, políticamente corrosiva y socava el progreso colectivo.

La cuarta falsa premisa establece que el crecimiento del PIB debe ser el principal objetivo a la hora de elaborar las políticas. Sin embargo, como ya dijo Robert Kennedy en 1968: «El PIB mide todo salvo aquello por lo que merece la pena vivir». No tiene en cuenta la desigualdad, y un elevado crecimiento del PIB puede venir de la mano de una creciente población pobre.

Otra falsa premisa sobre la que se asienta el modelo económico imperante es el de la neutralidad desde el punto de vista del género. En la práctica, los recortes y el deterioro de los derechos perjudican en mayor medida a las mujeres. La mayoría de los trabajadores peor remunerados del mundo son mujeres, que además sufren mayor precariedad y asumen la mayor parte del trabajo de cuidados no remunerados (no incorporados al PIB).

Por último, abordar la economía sobre la premisa de que los recursos de nuestro planeta son ilimitados, además de ser una falsedad flagrante, es una idea que acarrea consecuencias catastróficas para nuestro planeta. El modelo económico se basa en la explotación del medio ambiente, ignorante de los límites de su sostenibilidad. He ahí una de las principales causas de que el cambio climático esté fuera de control.

Si no se confrontan estas premisas, será imposible revertir el modelo. Urge desterrar todas estas falsas premisas y hacerlo cuanto más rápido mejor. Son obsoletas, absolutamente retrógradas y no han servido para alcanzar la estabilidad ni una prosperidad compartida. Al contrario, de la mano de una desigualdad rampante, extrema y grotesca, arrastran a la Humanidad al abismo.M.Z.