Isidro Esnaola
JO PUNTUA

Décimo aniversario

Se suele situar el comienzo de esta larga crisis el día 9 de agosto de 2007. Ese día el banco francés BNP Paribas suspendió la actividad de tres fondos porque no podía calcular su valor. Los mercados en los que operaban estaban cerrados, un claro indicio de que los especuladores habían dejado de confiar unos en otros.

Ese día las caídas de las bolsas estadounidenses se trasladaron al resto del mundo y los problemas adquirieron una dimensión global. La Reserva Federal y el Banco Central Europeo prestaron a los bancos dinero en cantidades récord –según las crónicas de aquellos días– pero nada comparado con los desembolsos que vendrían después. Todavía tardarían más de un año en caer Freddie Mac y Fannie Mae y el banco de inversiones Lehman Brothers y se seguía quitando importancia a los problemas.

A partir de entonces aprendimos conceptos nuevos como hipotecas subprime. Supimos de la existencia de ninjas que no eran guerreros japoneses sino personas sin ingresos, empleo ni patrimonio; Nos enteramos que las deudas se podían vender y que existían productos financieros estructurados que no eran más que paquetes en los que se mezclaban activos buenos y malos como en una baraja de cartas.

Más tarde se hicieron famosas las agencias de calificación –que cobran por decir lo que todo el mundo sabe–, la prima de riesgo, la deuda subordinada y las acciones preferentes que algunas empresas, bancos y cajas vendieron como una inversión segura a miles de clientes que terminaron perdiendo todos sus ahorros. Finalmente llegó la bronca por haber vivido, al parecer, por encima de nuestras posibilidades, los rescates de bancos y países, los desahucios, el paro, las políticas de recortes sociales y un concepto sonoro como refundación del capitalismo que se quedó en eso: en sonoro.

Asimilamos muchos conceptos superfluos para que quedara más difuminado lo realmente importante: la codicia de unos pocos fue la que levantó las normas y los controles, silenció las voces críticas y terminó provocando una enorme catástrofe.