Una explosión vital en el epicentro del dolor
Como en tantos otros lugares, en Euskal Herria hemos sido testigos de la gran criba que trituró en los 80 a multitud de jóvenes cuya vida fue dictada por la macabra manecilla de una jeringuilla. En este paisaje desolador también asomó el sida y de ello se habla en este frenético retrato humano enmarcado a comienzos de los 90 y en el que asistimos a las vivencias de un grupo de activistas que ha apostado por dar a conocer la tragedia que se instaló en una sociedad que optó por mirar hacia otro lado. Tal y como advierte el título, la narración transcurre a un ritmo frenético, intenso y de ello se extrae esa saludable y vital energía que comparten y divide a los diferentes personajes que participan en este obligado recordatorio cargado de pulsaciones, sudor, lágrimas y sonrisas. Se trata, en definitiva, de ese tipo de cine social de alta intensidad que a ratos coquetea con un estilo documental y en el que la cámara se zambulle de lleno en una narración que adquiere su verdadera dimensión en un tramo final en el que jamás asoma el reproche sino la pura y simple necesidad de seguir viviendo. En su esfuerzo por dotar al conjunto de una visión amplia, el cineasta Robin Campillo otorga igual importancia los discursos diferentes que enarbolan los protagonistas a lo largo de un metraje que a ratos puede resultar un tanto reincidente y excesivamente preocupado por subrayar los matices más evidentes.