Mª Concepción Palencia García
Senadora por Araba-Álava de Unidos Podemos

El desconcierto ante la alternativa de la conciencia

La vida política del país se ha instalado en una especie de desconcierto indefinido del cual pareciera que los partidos tradicionales y sus líderes no encuentren una salida.

Definitivamente se resisten a lo que parece ya inevitable: ha llegado el cambio del sistema en el cual habían encontrado su zona de confort. Un sistema en el que todo estaba bajo control, todo estaba tranquilo. Durante años se han sucedido huelgas y protestas, pero controladas; ruidos, pero no muy altos; conquistas sociales, pero con mesura. Todo bajo control para que todo sea controlado.

En ese mecanismo de acomodo tranquilo a lo Cánovas y Sagasta llevan nuestros gobernantes cuatro décadas ya. Siempre sabiendo que si el uno ganaba, el otro solo tenía que esperar su turno de gobierno. Si no se tenía la mayoría suficiente, allí estaban los partidos nacionalistas dispuestos al cambalache para completar los diputados que faltaran para ello. Si había que modificar la Constitución sin necesidad de convocar un referéndum daban los números.

En este orden establecido se construyeron esas grandes maquinarias destinadas a ganar elecciones, que es en lo que se han convertido los partidos políticos, y se les olvidó que el objetivo de las políticas tenía que ser mejorar la vida de la gente para la cual gobernaban y que les votaba, que era lo que prometían en las campañas electorales y que es lo que hace una sociedad moderna, justa y fuerte que construye una nación de la que sentirse parte orgullosa y de la que nadie quiere marcharse.

Pero un 15 de mayo llegó la conciencia vestida de indignación; la conciencia de que se podía cambiar el mundo desde los de abajo, y se tenía derecho a protagonizar ese cambio; y los movimientos de la sociedad civil se hicieron más visibles que nunca y por primera vez, en vez de darle la espalda y mirar a otro lado, se acompañaba y protegía a la gente que desahuciaban de sus casas; y las gentes salieron a las calles para proteger los servicios públicos en forma de preciosas mareas de colores; y los políticos tradicionales les dijeron que se presentaran a las elecciones si querían representar a la gente. Y se presentaron. Y nació el partido de la conciencia, que daría presencia a los invisibles y voz a los «sin nombre»; y las instituciones se empezaron a parecer más a la gente que representaban; y llegaron los ayuntamientos del cambio y, al contrario de lo que la caverna mediática pregonaba, no se nos cayó el cielo encima ni llegaron las siete plagas, sino que demostraron que era posible gestionar los bienes públicos con eficacia, justicia y sobre todo con honradez.

Es por eso que la clase política tradicional está desconcertada y no encuentra cómo salir del atolladero en el que le han metido los votos, lo que la gente ha decidido, lo que la gente quiere para su futuro: 71 escaños en el Congreso de los diputados y 23 en el Senado. Esto imposibilita cualquier cálculo parlamentario tradicional que permita seguir en la zona de confort. Son escaños a los que no se les puede poner precio. No aceptan prebendas, ni cambalaches. Son los escaños que hablan de programas para hacer políticas que mejoren la vida de la gente. No obedecen ni al IBEX 35 ni a los poderes que están detrás de las grandes fortunas. Pero sobre todo son lo suficientemente importantes en número para evitar una modificación constitucional sin referéndum y condicionar las políticas de Gobierno y las leyes.

Instalados en este desconcierto, se intentó corregir «la anomalía», «la equivocación» de la gente al votar, con la convocatoria de nuevas elecciones. Había que dar una segunda oportunidad al gatopardismo. Se resisten al cambio, se resisten a la voluntad de la gente. Pero aquí están de nuevo los escaños de la conciencia: 71 escaños en el Congreso de los diputados y 23 en el Senado que serán el altavoz de la ciudadanía.

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