Manolo Martínez

Homenaje a tres maestros republicanos fusilados en Álava

El domingo 1 de diciembre se va a homenajear, en los pueblos alaveses en los que trabajaron, a Mauricio Rodríguez, Bernardino Domingo y Miguel Gil, los tres maestros de la república asesinados en agosto de 1936 en la sierra de Urbasa.

Homenaje a unas personas cuyo único delito fue trabajar en las escuelas de Gordoa, Galarreta y Zalduondo, y homenaje también a las ideas de igualdad, solidaridad y laicidad que con su trabajo se encargaron de difundir.

Después de casi 80 años, nos sorprenden por su vigencia los principios educativos promovidos por la II República, y es difícil no sentir rabia al comprobar cómo el objetivo de una escuela pública laica está todavía muy lejos de convertirse en realidad. Merece la pena leer el artículo 48 de la Constitución de 1931: «… La enseñanza será laica, hará del trabajo el eje de su actividad metodológica y se inspirará en ideales de solidaridad humana. Se reconoce a las Iglesias el derecho, sujeto a inspección del Estado, de enseñar sus respectivas doctrinas en sus propios establecimientos. A la llegada de la Segunda República la enseñanza de la religión católica era obligatoria en todos los centros.

El gobierno republicano estableció que la instrucción religiosa no sería obligatoria, que aquellos alumnos cuyos padres manifestaran el deseo de que la recibiesen, la cursarían como hasta entonces, y que, si los maestros no quisieran impartir esa enseñanza lo harían sacerdotes. Es decir, «respeto a la conciencia del niño y respeto a la conciencia del maestro o profesor… y la forma de respetar la conciencia del niño es que queden a la puerta de la escuela toda clase de dogmatismos» (Rodolfo Llopis, director general de Primera Enseñanza) El anteproyecto de ley de instrucción pública decía entre otras cosas. «La educación pública debe ser laica. La escuela debe limitarse a dar información sobre historia de las religiones, con especial atención a la religión católica. Si las familias lo solicitan, el Estado podrá facilitar medios para la educación religiosa, pero siempre fuera de la escuela».

Por fin y, una vez aprobada la Constitución, la circular de 12 de enero de 1932 declaraba que la escuela había de ser laica, lo que significaba «que la escuela sobre todo ha de respetar la conciencia del niño. La escuela no puede ser dogmática ni ser sectaria. Toda propaganda política, social, filosófica y religiosa queda terminantemente prohibida en la escuela. La escuela no puede coaccionar las conciencias. Al contrario, ha de respetarlas. Ha de liberarlas»… «La escuela, en lo sucesivo, se inhibirá en los problemas religiosos. La escuela es de todos y aspira a ser para todos». Laicismo, solidaridad, respeto y libertad de conciencia en la escuela… valores que queremos seguir proclamando hoy, y que enseñaron en sus escuelas Mauricio Rodríguez, Bernardino Domingo, y Miguel Gil.

Desgraciadamente, la situación actual de esos valores en el sistema educativo de 2013 es bien diferente. El Concordato de 3 de enero de 1979 firmado por el Estado español y la Santa Sede impone la oferta obligatoria de la religión en todos los centros públicos y en todas las etapas, y tanto los contenidos, materiales y libros como el profesorado son elegidos por la autoridad eclesiástica. Los padres deciden si sus criaturas reciben o no la asignatura de religión católica pero si se rechaza los niños y niñas solo puede hacer alguna otra actividad que no sea discriminatoria para los que eligen la religión, es decir, algo que no aporte nada a la formación.

Este es el «castigo» que el Concordato impone a los niños que optan por una educación laica. Se vulnera la libertad de conciencia, se discrimina las otras religiones y el laicismo del estado se convierte en un fraude. La Ley Wert, que el PP impondrá previsiblemente este año, cede a todas las exigencias de los obispos y hace evaluables para el expediente académico tanto la religión como su alternativa eliminando por adoctrinadora ‘Educación para la ciudadanía’. ¡Qué ironía!

Contrasta con lo anterior la ‘Carta de la laicidad en la escuela’ del pasado 9 de septiembre del ministro de educación francés Vincent Peillon. En quince puntos se recuerda al profesorado, alumnado, padres y madres y a la sociedad en general, cuales son los conceptos de convivencia y de tolerancia de la laicidad que deberían regir nuestras conductas. Una iniciativa aplaudida por todo el abanico político de Francia.

Tenemos que interiorizar y defender que la religión pertenece al ámbito privado de la familia y de las creencias personales y es ahí donde debe estar y no en la esfera pública y que, por tanto, es inaceptable el uso de la escuela para el adoctrinamiento. La escuela debe educar en la ciencia y en los valores humanos universales; el currículo escolar debe recoger la religión en aspectos como el pensamiento, la cultura, el arte o la historia, pero no hay lugar a una asignatura de religión. El desvío de fondos públicos para sufragar actividades que impulsan una fe o creencia es intolerable en una sociedad plural, por eso, el Concordato entre el Estado español y el Vaticano, que otorga unos privilegios inadmisibles a la religión católica, debe ser derogado al ser incompatible con la definición de un estado aconfesional y con la libertad de culto.

El lugar de las religiones en una sociedad democrática es la sociedad civil, no la escuela. Esta debe ser un espacio laico, sin dogmas ni verdades indiscutibles, porque solo la educación laica garantiza la libertad de conciencia y la convivencia entre personas de diferentes creencias, promoviendo valores de respeto, igualdad y solidaridad y protegiéndolas del proselitismo. Si queremos una escuela inclusiva de todos y para todos, la educación religiosa confesional y su simbología hay que dejarlas fuera del espacio escolar.

Contra el cierre en falso de nuestro pasado y el silencio que sobre él se nos quiere imponer, queremos recordar. Recordar, porque solo abriendo ese pasado podremos abrir también, en contra de aquellos que nos lo quieren cerrar, nuestro futuro. Mauricio Rodríguez, Bernardino Domingo, Miguel Gil, maestros republicanos de Gordoa, Galarreta y Zalduendo, sentiros orgullosos, somos herederos de vuestras ideas, somos vuestros alumnos y alumnas.

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